Comentario al evangelio del Lunes 10 de Octubre del 2011
Sólo Jesús es la señal
El hombre, desde su libertad, y tocado por la gracia, tiene que decidirse y optar por Jesús, por Dios. Sin
embargo, a veces, siente el peso del “silencio de Dios”, le vienen las preguntas; acaso, con tormento
interior. Entonces, angustiosamente, quiere asideros, ansía signos y evidencias; cree, ¡ay!, que de esa
manera arribará más fácil al puerto de Dios. Peor es el descaro de aquellos a los que Jesús tilda de
“generación perversa”. Los jefes religiosos piden signos, pero con “perversas” intenciones.
En el evangelio de hoy, Jesús rechaza los signos espectaculares que le reclaman. Es que Él mismo,
Jesús, es la señal, la revelación, la palabra entera de Dios. Incluso, en los milagros, solía repetir “no se
lo digáis a nadie”. Lo ilustra con dos ejemplos: Jonás y Salomón; eran menos que Jesús y sin embargo
suscitaron la conversión de la frívola Nínive y la admiración de la reina del Sur. Sin embargo, los de
casa, los escribas y ancianos, se sabían muy bien la ley y los profetas, pero sus ojos estaban
manchados. La luz es el objeto formal de los ojos, pero hiere a los ojos enfermos; como el amor va
directamente al corazón, y sin embargo es rechazado por un corazón malévolo. De nada servirían los
signos, si no sabemos verlos.
Sólo Jesús es nuestro signo. “La señal del cristiano es la santa cruz”, enseñaba el viejo catecismo. Le
fe desnuda en Cristo muerto y resucitado. No hemos de reclamar evidencias y seguridades. “Sólo la fe
nos alumbra”.
No caigamos en el afán loco de apariciones y revelaciones portentosas y mágicas (muchas, con voces
catastrofistas). Nuestro apoyo y seguridad es el Señor, nada más. Poco creemos en el Señor, cuando
acudimos a los sucedáneos.
Incluso, podríamos decir que, hoy, tenemos la gracia de muchos milagros… pero no son
“maravillosos”. Son tantos cristianos buenos, tantos mártires, tanta ciencia puesta al servicio de los
demás, tantos profetas que nos iluminan el querer de Dios sobre nuestro mundo. ¿Pero los buscamos?
¿Tenemos los ojos limpios para descubrirlos?
Conrado Bueno, cmf