“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”.
Mt 22, 15-21
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
La primera lectura nos recuerda que, a pesar de todas las apariencias, las autoridades de este
mundo reciben el poder de Dios, que es el Señor de la historia. Esto no quiere decir que se
trate de un poder absoluto, de derecho divino y, por lo tanto, inopinable, sino todo lo contrario:
quiere decir que todo poder está llamado, siempre y en todo momento, a responder ante Dios
de la veracidad y justicia de su propio ejercicio. Este es el reclamo de la célebre sentencia
evangélica sobre el tributo debido al César y la entrega completa a Dios.
Inspirarse en la Palabra de Jesús para tratar la problemática del poder y la responsabilidad del
cristiano en el mundo significa distinguir dos planos distintos, el de Dios y el de los hombres, y
saberlos interrelacionar. Significa separar la cuestión del poder terreno -legítimo e ilegítimo- de
las exigencias de la voluntad de Dios. El evangelio nos recuerda que no sólo se debe
responder de las decisiones públicas ante los hombres, sino que todos son responsables de
sus decisiones, públicas y privadas, ante Dios.
Como el poder del César alcanza exactamente hasta donde llegan las monedas con su efigie,
así el poder de Dios llega hasta donde alcanza su imagen. Y puesto que el hombre es la
criatura modelada por Dios a imagen y semejanza (Gn 1,26), se sigue que, en cuanto
«imagen» de Dios, pertenecemos plenamente a Dios, que cualquier dimensión de nuestra vida
se refiere a él, incluida la política. Esto no nos mengua, sino más bien nos ayuda a liberarnos
de espejismos ante el poder y de colisiones frente a regímenes económicos, políticos y
militares que impidan a la humanidad realizar con libertad y justicia su vocación de ser imagen
de Dios. Distinguir los dos planos, indicados claramente por Jesús también nos pone en
guardia frente a las recurrentes tentaciones integristas que anidan solapadamente bajo formas
de “fundamentalismo cristiano”.
ORACION
Señor, tú eres el Rey de la historia y todo lo que haces es para bien de los que te aman: incluso
en las pruebas más difíciles. Te pedimos que con la ayuda del Espíritu veamos con la luz de la
fe los complejos acontecimientos de la historia y contemplemos la mano amorosa que dirige el
maravilloso proyecto de salvación de tu pueblo y de toda la humanidad. Te damos gracias
porque nos llamas a colaborar en tus designios y nos pides que asumamos responsabilidades
civiles y políticas. La Palabra de tu Hijo es esclarecedora: nos enseña a tomar conciencia de
que el poder humano no puede ser ni «demonizado» ni divinizado, sino que en él se debe
manifestar la orientación de nuestra libertad.
Te damos gracias por crearnos a tu imagen y descubrirnos la grandeza de la vocación
cristiana. Gracias porque podemos responderte con pequeñas y grandes cosas en la vida
cotidiana, en el trabajo, en la política, en el voluntariado, en los asuntos sociales y mundanos,
sin evadirnos del compromiso, la fatiga, ni las pruebas del tiempo: la fidelidad y la
perseverancia. Gracias porque con tu ayuda podremos vivir todo esto, dándole al César lo que
es del César y a ti, nuestro Dios, cuanto es tuyo: nuestras vidas.