“Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?”.
Lc 12, 39-48
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EL QUE NOS JUZGARÁ SERÁ AQUEL QUE MURIÓ POR AMOR A NUESTRO
AMOR
Atosigados como estamos por tantos problemas, por las mil urgencias que nos acosan en
nuestra vida diaria la Palabra de Dios nos llama a lo esencial, a fijar sobre nosotros mismos
una mirada serenamente consciente de lo que Dios ha hecho por nosotros y de nosotros. San
Pablo nos recuerda que somos “muertos que habéis vuelto a la vida”, habitados por la fuerza
y por el poder de Cristo resucitado, llamados a ofrecernos a nosotros mismos a Dios con
alegría y gratitud en todo lo que llevemos a cabo, para que verdaderamente, tanto si comemos
como si dormimos, seamos del Señor y nada sea extraño a este horizonte de pertenencia que
enriquece y embellece nuestra existencia. Cuanto más hayamos experimentado en nosotros
mismos y en los otros tal vez en personas que nos son particularmente queridas o
familiares qué verdad es que el pecado somete y esclaviza al hombre hasta matarlo, tanto
más se dilatará nuestro corazón en el servicio a Dios con alegría. Ay de nosotros si, como el
siervo de la parábola, pensamos que el amo “tarda en venir”. Nuestro amado Señor y Maestro
está con nosotros para que vivamos con su gracia, de manera conforme a la vida nueva que él
nos ha dado, y lleguemos a ser santos e inmaculados en su presencia en el amor. El camino
es siempre san Pablo el que nos lo indica es la obediencia de corazón a la enseñanza de
Jesús. Es un camino que va desde la escucha de la Palabra a la fracción del pan de la caridad
juntos, desde el reconocimiento de Cristo presente en los pequeños y en los pobres al servicio
generoso a los hermanos del que todos somos personalmente responsables. Es seguro que se
nos pedirá cuentas de lo mucho que hemos recibido, pero sabemos también que el que nos
juzgará será aquel que murió por amor a nuestro amor.
ORACION
«Dichoso ese criado si, al llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe!» Dichoso el que,
solícito, cumple lo que tiene que hacer: su esperanza se verá recompensada con el bien
prometido. Dichoso el que, como atleta fiel, permanezca en la carrera: recibirá una corona
incorruptible. Dichoso el que, habiendo puesto la mano en el arado, no mira hacia atrás:
recogerá frutos en abundancia.
Dichoso el que procede con templanza y prudencia en el viaje: verá las alegrías eternas.
Dichoso el que se muestra constante en la prueba: tendrá la suerte que Dios prepara a sus
amigos. Dichoso el que afronta con buen ánimo las fatigas del deber: gozará con la
recompensa de sus esfuerzos. Dichoso el que se prodiga en favor de los otros sin segundas
intenciones: saboreará el triunfo final. Dichoso el que sirve y piensa en hacer el bien: estará
aún mejor en el Reino de los Cielos.
Dichoso el que camina en la verdad desmenuzándola mientras va de camino: sus numerosos
seguidores le darán la gloria. Dichoso el que haya dado a Dios tiempo para realizar sus
designios: gustará la victoria de los fuertes. Dichoso el que hace su vida útil y santa: se le
dará cien veces más. «Dichoso ese criado si, a/llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que
debe!».