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La forma del Amor
Domingo 30º del Tiempo ordinario. Mt 22,43-40
23 de octubre de 2011
¡Cuánto daño ha hecho contar a Dios sin amor, y cuánto también pretender un amor sin Dios! Es
una especie de rivalidad absurda que no se dio en Dios, pero que sí se ha dado en no pocos humanos.
Andaban los fariseos maquinando en sus cábalas qué hacer con Jesús, dada la perplejidad en las que El
les solía dejar. En la escena que este domingo escucharemos, hay como una especie de examen que le
hacen al Señor. La principal polémica que existía entre los fariseos y Jesús sobre esta visión tan distinta de
lo que era y significaba la Ley de Moisés, consistía en que Jesús aunque no confundía nunca el amor a Dios
y el amor al prójimo, sin embargo no los podía ni los quería separar jamás. El Maestro hablaba de una
fusión sin confusión en el amor debido al Creador y a la criatura.
Por eso introduce en este diálogo una valoración novedosa y tremendamente plástica que ayuda a
realizar esta unión sin confusión: "El le dijo: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma, con todo tu ser. Este es el mandamiento principal y primero. El segundo es semejante a él: amarás a
tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas" (Mt 22,37-
40). Esa totalidad del amor de mi persona, ese todo del que soy capaz (de corazón, de alma y de ser) que
se abre y se ofrece hacia el cielo del Padre Dios, como hacia la tierra de los hermanos hombres.
Este es el misterio del amor cristiano, que tiene forma de cruz (en dirección hacia el cielo y en
dirección hacia la tierra), como en una cruz se nos mostró el todo más del corazón, del alma y del ser
cuando Jesús amó hasta el extremo a su Padre Dios con todas las consecuencias, llegando hasta el final
abandonándose en sus manos, al tiempo que también amó hasta el extremo a sus hermanos hombres con
todas las consecuencias, llegando hasta el perdón extremado porque no sabían... lo que hacíamos
La fe cristiana nos vuelve a Dios sin revolvernos contra los hombres, nos hace darnos totalmente al
Señor sin que el "precio" tenga que ser dejar de darnos a los demás. Si en alguna vez de la historia
cristiana reciente o remota se han vivido ambos amores de un modo torpemente excluyente, hay que
reconocer sin recelos puritanos pero sin aspavientos morbosos, que se hizo mal en separar y enfrentar lo
que Jesús había unido y armonizado, tanto con su palabra como con su vida. No perdamos más tiempo en
defendernos o en atacarnos en este punto, y pongámonos ya mismo a amar con todo nuestro corazón, con
toda nuestra alma, con todo nuestro ser... a ese Dios que quiere también esconderse en el hombre, y a ese
hombre que es imagen de Dios.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo