XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
DOMINGO
Lecturas:
a.- Ex. 22,21-27: No oprimirás al prójimo.
La primera lectura está tomada, del Código de la alianza (Ex. 21-23), texto
legislativo, que sigue al Decálogo; hay unas prescripciones que se preocupan del
destino del pobre. Representan al pobre, el forastero residente, la viuda y el
huérfano, el necesitado que pide. El forastero residente tiene en Israel, un estatuto
propio. ¿Quiénes eran? Los desplazados por las guerras, pestes, hambruna, luchas
con su pueblo. Queda expuesto al abuso y a la explotación, porque no hay quien le
defienda. La ley le defiende, invocando el pasado de esclavitud y exilio de Israel.
Este recuerdo, le debe llevar a ponerse en su lugar, tomar conciencia de la alianza
con Yahvé, que lo libró a él, le manda hacer lo mismo con el extranjero que ahora
tiene en su tierra. Esta exigencia recorre las leyes del Pentateuco y la voz de los
profetas (cfr. Lv. 19,33; Nm. 15,13; Dt. 1, 16; 10, 17-19; Jer. 7,6). La viuda y el
huérfano, son considerados débiles, incapaces de velar por sus derechos, aquí es
Yahvé quien, vela por ellos, una exigencia; Dios escucha su clamor, y cuida sus
derechos. La experiencia de los pobres de otros pueblos, que llegaban a vender su
libertad para convertirse en esclavos, penosa realidad que no debe suceder en
Israel, el pueblo de Dios (cfr. Lv. 19, 9; 25,35-38; Dt. 23,29). Aquí se les defiende
de la usura, se prohíbe maldecir al jefe del clan, pronunciar blasfemia, castigada
con la muerte. El jefe debía gobernar en nombre de Dios, como un servicio a la
comunidad. En fin, estas leyes sociales hunden sus raíces en motivaciones
teológicas, y son ley de la alianza. Se hace del pobre, lugar teológico, donde Dios
se revela, se muestra cercano sin dejar su misterio, ocasión para el hombre y el
pueblo, poseen para responder a Yahvé obedeciendo la alianza. Mientras existan
necesitados en este mundo, es un reclamo, que se levanta y acusa, por lo que el
mundo, la sociedad, está bajo juicio. La misma ley que los protege de parte de
Yahvé, tiene la misma fuerza que el mandado principal del Decálogo; éste amor al
prójimo se cumple precisamente en aquél.
b.- 1Tes.1, 5-10: Esperar el regreso del Hijo de Dios.
La segunda lectura, es una constatacin de la realidad comunitaria: “Conocemos,
hermanos queridos de Dios, vuestra elección; ya que os fue predicado nuestro
Evangelio no sólo con palabras sino también con poder y con el Espíritu Santo, con
plena persuasión. Sabéis cómo nos portamos entre vosotros en atención a
vosotros.” (vv. 4-5). La convocación a formar una comunidad cristiana, no es fruto
de un llamado del hombre, sino de Dios, lo que no es del agrado de los poderes de
este mundo. La fe cristiana no conoció ninguna ventaja, para comunicarse en sus
comienzos. Su difusión fue de boca en boca, palabra liberadora en un clima de
injusticias y opresión. Fueron los cristianos, pequeños empresarios en el ámbito del
comercio, como el apóstol, que llevaban la buena noticia del Evangelio entre la
gente humilde y sencilla. La Iglesia, puede usar los medios de comunicación, pero
teniendo siempre en cuenta que la difusión del Evangelio, es obra del Espíritu, y los
medios son sólo eso medios, pero será el testimonio de los cristianos en su vida
cotidiana el mejor pregón de la buena noticia para el hombre de hoy.
c.- Mt. 22, 34-40: Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo.
El evangelio, nos presenta cómo Mateo, inserta la discusión sobre el mandamiento
principal de la Ley en el contexto de una polémica en Jerusalén con los jefes del
pueblo. Reunidos los fariseos, uno de ellos le pregunta para ponerle a prueba:
“Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley? El le dijo: Amarás al Seor, tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor
y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.»
(vv. 34-40). La respuesta la conocían todos, pero la interpretación que ellos habían
hecho de la Ley había sido tan abultada, con un sin fin de preceptos positivos y
negativos, interpretaciones, que a la hora de la verdad, ya no se sabía qué era lo
fundamental, de lo que no eran más que interpretaciones, de las escuelas rabínicas.
La idea de ellos era, que la respuesta dejara descontenta a una parte del auditorio.
Se sabía que lo central era el amor a Dios, repetido varias veces al día, en la
oración del Shemá, pero a otros mandamientos se le atribuía la misma importancia.
Lo novedoso, es que Jesús, une ambos preceptos en lo que se refiere a Dios y al
prójimo. Jesús, centra toda la Ley y los profetas en la observancia de estos dos
únicos preceptos. Define el amor a Dios, y al prójimo, como lo esencial de la ley y
los profetas, tema algo olvidado por escribas y fariseos, perdidos en su casuística.
Su palabra ilumina la relación con Dios y el prójimo, el sentido de cómo vivir estas
relaciones vitales para la fe. Su respuesta está en la línea de la Escritura, donde
hay una jerarquía entre los mandamientos, y absolutamente el amor a Dios es lo
primero, pero, el segundo es semejante al primero (v. 39). Ahí se encuentra el
cimiento, las columnas, que sostienen toda la Escritura. No debe darse un
desequilibrio entre la vida y la fe en la praxis de estos mandamientos, de lo
contrario, no amamos a Dios ni al prójimo, porque precisamente éste es camino de
encuentro con Dios y el hermano. Dios nos lleva a amar y servir al hermano
necesitado. Quizás sea en este tiempo de tanta calamidad y dolor, cuando más y
mejor se ha comprendido por parte de la Iglesia, y los fieles la urgente necesidad
de ayudar al necesitado de toda condición, raza, lengua y religión, sólo porque es
un hijo de Dios, necesitado. La unidad del precepto de amar a Dios y al prójimo, es
indisoluble para Cristo Jesús; ahí se resume la Ley. Declara que es el amor mucho
más que un vago sentimiento, es una realidad que implica toda la persona humana:
espíritu. Voluntad, intelecto y sensibilidad. Estas facultades deben estar
completamente orientadas al amor de Dios, dadas para vivir en plena comunión con
Dios. Si ÉL nos manda amarle, es porque nos creó por amor, ese es nuestro fin, el
amor, dándonos la posibilidad de alcanzar metas que van más allá de nuestras
capacidades humanas. Dios lo derrama ese amor por la acción de su Espíritu en el
corazón cristiano (cfr. Rom. 5, 5). Nuestra realización como hijos de Dios, es
distinguir entre nuestros muchos imperativos, el primero y principal: amar a Dios
con todo nuestros ser. Se comprueba esta orientación en la relación con las
personas y situaciones que abordamos diariamente. Cuando implica todo nuestro
ser, entonce tiene sentido lo que dice Jesús respecto a que el amor al prójimo es
semejante al primero porque se comprueba en la vida diaria. Hagamos de nuestra
caridad, un fruto precioso de nuestra fe y esperanza teologal en Dios y en el
hombre, que de pie alaba y ama a su Señor. No olvidemos que Dios es amor, y el
hombre fue creado para amar, por lo tanto ambos se definen por el amor: el Padre
y el Hijo, el creyente y el discípulo, el orante y el testigo. Sólo el amor es eterno, y
comunica su esencia a quien lo acoge, convirtiéndolo al cristiano en amor que
ilumina, cual lámpara, en la Iglesia de Dios y en la sociedad.
Teresa de Jesús, procura que sus comunidades de frailes y monjas se cumpla este
precepto del amor a Dios y al prjimo. “¿Qué pensáis, hijas, que es su voluntad?
Que seamos del todo perfectas, que para ser unos con él y con el Padre, como Su
Majestad le pidió (Jn. 17,22), mirad ¡qué nos falta para llegar a esto! Yo os digo
que lo estoy escribiendo con harta pena de verme tan lejos, y todo por mi culpa;
que no ha menester el Señor hacernos grandes regalos para esto, basta que nos ha
dado en darnos a su Hijo que nos enseñase el camino. No penséis que está la cosa
en si se muere mi padre o hermano, conformarme tanto con la voluntad de Dios
que no lo sienta, y si hay trabajos y enfermedades, sufrirlos con contento. Bueno
es, y a las veces consiste en discreción, porque no podemos más y hacemos de la
necesidad virtud. ¡Cuántas cosas de estas hacían los filósofos, o aunque no sea de
éstas, de otras, de tener mucho saber! Acá solas estas dos nos pide el Señor: amor
a Su Majestad y del prójimo es en lo que hemos de trabajar; guardándolas con
perfección, hacemos su voluntad, y así estaremos unidos con él. Mas ¡qué lejos
estamos de hacer como debemos a tan gran Dios estas dos cosas, como tengo
dicho! Plega a Su Majestad nos dé gracia para que merezcamos llegar a este
estado, que en nuestra mano está, si queremos.” (5M 3,7).