Al verla, Jesús la llamó y le dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”
Lc 13, 10-17
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
ES NUESTRO PADRE Y DESEA SER INVOCADO POR NOSOTROS COMO “PAPÁ”.
Podemos entrever cierta analogía entre las dos lecturas sobre las que estamos meditando.
Por un lado, Pablo nos invita a vivir según el Espíritu, a superar el espíritu de esclavos, a
vivir en la libertad que nos ha dado el Espíritu, a gritar: “Abba”, cuando hablemos con Dios.
En efecto, nos consideramos “y lo somos realmente” hijos de Dios (cf 1 Jn 3,1). Por
otro lado, Jesús nos da ejemplo de cómo vivir como hijos, de cómo manifestar nuestra
verdadera libertad, de cómo tender a una curación perfecta confiando totalmente en la
ayuda de Dios.
Comparando esta doble, aunque unitaria, enseñanza con nuestra vida, con la experiencia
de todos los días, no podemos dejar de sentirnos provocados a realizar un examen de
conciencia, una confrontación entre el ideal y la realidad de nuestra vida, entre la nueva ley
del Espíritu que da la vida y las opciones diarias que a menudo dejan bastante que desear.
Esa confrontación si, por una parte, nos conduce a constatar la gran distancia que media
entre nuestro ser libres con la libertad de los hijos de Dios y nuestro hacernos esclavos de
algunos “amos” que consiguen ejercer derechos sobre nosotros, por otra no puede dejar de
desembocar en un sentimiento de gratitud y de estupor, por el simple hecho de que frente a
nuestra debilidad y nuestra impotencia para vivir como verdaderos hijos de Dios se yergue
siempre el amor misericordioso de aquel que es nuestro Padre y desea ser invocado por
nosotros como “papá”.
Al querer actualizar este discurso, acude de una manera espontánea a nuestra mente
advertir que el mundo en el que hoy vivimos espera con impaciencia, sobre todo de los
cristianos, un testimonio vigoroso sobre la verdadera libertad, que marca a toda persona
humana consciente de su dignidad, antes aún de caracterizar a cada cristiano.
ORACION
Padre, tú eres mi creador, porque, en la plenitud de tu amor, has pensado en mí desde
siempre y me has engendrado en el tiempo. Tú eres mi guía, porque con tus intervenciones
evidentes o inescrutables me conduces a través del discernimiento a optar por el bien. Tú
eres mi fuerza, porque con tu firmeza y delicadeza me impulsas hacia la realización de mí
ser personal y original.
Tú eres mi refugio, porque con tu compasión infinita soportas mis errores. Tú eres mi
pedagogo, porque, a través de la experiencia dolorosa de mis carencias, me llevas como
“sobre alas de águila”. Tú eres mi providencia, porque te has hecho y te haces presente en
todas mis necesidades y crisis.
Tú eres mi faro, porque mis pasos) frecuentemente inseguros y lentos, siempre encuentran
encendida la lámpara de tu Palabra. Tú eres mi autoridad, porque con la autoridad de tus
preceptos me enseñas los valores y los ideales que dan sentido a la vida. Tú eres mi Padre:
¡te pareces mucho a mi papá!