XXXI DOMINGO T. ORDINARIO
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
“Dicen y no hacen”
" Una cosa es predicar y otra, dar trigo ", dice un refrán popular. A todos,
empezando por mí, nos resulta más fácil lo primero que lo segundo. Hay que ver
con qué facilidad arreglan algunos el mundo o la Iglesia en una tertulia de café. Es
más fácil pregonar, y no hacer, que hacer, aunque no se pregone. Es fácil sentarse
en la cátedra de Moisés, lo difícil es hacer lo que hizo Jesús: rebajarse hasta
someterse a la muerte y una muerte de cruz.
El verdadero maestro, se ha dicho, no es el que más sabe, ni el que más ha leído o
más títulos exhibe en su currículo, sino quien posee la virtud de la coherencia,
llevando a la práctica lo que en la teoría pregona. Tiene razón Jesús cuando dice:
"no os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro Maestro ". En la escuela
de Jesús, el que quiera ser maestro necesita antes aprender a ser discípulo.
Jesús nos ha llamado a algunos a ejercer una cierta función de magisterio. Pienso,
ciñéndome al ámbito cristiano, en los obispos y sacerdotes en primer lugar, pero
pienso también en los padres, en los catequistas, en los profesores, en todos los
que tenemos alguna responsabilidad educativa.
El Señor nos ha dado el encargo de “predicar y a enseñar a guardar lo que Él nos
ha mandado" . Aunque arrastremos siempre alguna dosis de incoherencia, tenemos
que realizar este servicio. Ojalá que lo que enseñamos lo hagamos en su nombre,
haciendo que su palabra resuene limpia y transparente a través de nosotros, sin
empañarla con interpretaciones interesadas, sin negarla con nuestra propia vida.
Tagore tiene un oración preciosa :"Haz, Señor, que yo sea una flauta de caña, en la
que la música que suene seas Tú". Que no escondamos la palabra evangélica, tan
diáfana, bajo el ropaje altanero, barroco y a veces artificioso de nuestras palabras.
¡Qué conmovedora la confesión de Pablo! " cuando vine a vosotros, no lo hice con
vana palabrería, sino con el testimonio de la cruz de Cristo ".
Lo que se nos pide es que dejemos traslucir la verdad de Jesús, la experiencia que
hemos tenido de Él. " El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan
testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan es porque dan
testimonio" decía Pablo VI.
Si cualquier tarea educativa sólo se logra con amor, esto ha de aplicarse de manera
especial a la obra evangelizadora. "¿De qué amor se trata?" se preguntaba Pablo
VI, y añadía: " Es mucho más que el amor de un pedagogo; es el amor de un padre;
más aún, el de una madre ". Un amor al estilo del de Pablo cuando decía a sus
fieles: " Quería daros mi vida ". Así se forma, dando vida, sosteniendo la debilidad,
espabilando los mejores deseos, creyendo en las personas, regalando nuestra
confianza y nuestra alma entera, contagiando la propia pasión por conocer y vivir
cada día con más intensidad el misterio de Cristo y de la Iglesia, enseñando a mirar
con amor y realismo al mundo de hoy.
" De el verdadero maestro se espera - sigue enseñando Pablo VI- que posea el culto
a la verdad, que la busque aún a costa de renuncias y sacrificios, que no la venda
ni disimule jamás por deseo de agradar a los hombres, de causar asombro o por
originalidad o deseo de aparentar... No oscurece la verdad por pereza en buscarla,
por comodidad o por miedo. No deja de estudiarla; la sirve generosamente sin
avasallarla".
En el evangelio que escucharemos este domingo Jesús denuncia con lenguaje
cortante un doble defecto: la incoherencia y la hipocresía: " dicen y no hacen ".
Directamente denunciaba a los escribas y fariseos de su tiempo. Pero, como
palabra viva que es, denuncia las dosis de fariseísmo que cada uno llevamos
dentro. Ello debería hacernos humildes para dejar todo falso sentido de seguridad y
preeminencia.
Es oportuno a este respecto recordar cómo D. Miguel de Unamuno denunciaba en el
Ateneo de Madrid a los enseñantes de su tiempo, que entretenían a los alumnos
con citas eruditas, sin contagiar la pasión por aprender. Frente a una enseñanza
servida, decía él, “ con biberón , el profesor tiene que sacar el pecho, que el alumno
sintiera el calor de la teta en el labio” . ¡Admirable y genial, Don Miguel!