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Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre)
Mateo 5,1-12ª
Estén alegres y contentos, porque su recompensa será grande en el
cielo ”. Inicia el Seor su “sermn” proclamando “dichosos” o “bienaventurados” a
los pobres en el espíritu, a los que lloran, a los sufridos, a los que tienen hambre y
sed de la justicia, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los que trabajan
por la paz, a los perseguidos por causa de la justicia, por causa del Señor.
El discípulo está llamado a santificarse en Cristo, participando de su misma
vida y destino. El discípulo debe aprender del Maestro. Él, que promulgó las
Bienaventuranzas, es al mismo tiempo su Modelo supremo. Se santifican aquellos
que, escuchando y siguiendo al Señor, asumen las Bienaventuranzas como
programa de vida. Por tanto, la fiesta de todos los santos nos recuerda que también
a nosotros Dios nos llama a ser santos: “santifíquense y sean santos, pues yo soy
santo” ( Lev 11,44; ver Mt 5,48).
Ante esta invitacin más de uno puede preguntarse con escepticismo: “Yo,
santo?”. Muchos se dicen a sí mismos: No puedo, siempre caigo en lo mismo”.
Otros, envueltos en las múltiples fascinaciones del mundo, no entienden qué pueda
tener de atractivo un ideal así: “Ser santo? Qué aburrido! Me perdería
demasiadas cosas!”.
Lo cierto es que el llamado a ser santo, a ser santa, es un llamado hecho a
pecadores. Nadie nace santo. Por más pecador que seas, tú estás llamado a ser
santo. ¿Que eres muy frágil y siempre caes en lo mismo? Pues te respondo que
santo no es aquel o aquella que nunca cae, sino quien siempre se levanta, quien
una y otra vez, tercamente, pide perdón al Señor y vuelve a la batalla, renovándose
en sus propsitos. Santo es aquel que a pesar de caer “siempre en lo mismo” jamás
se desalienta, y persevera hasta el fin. Podemos ser santos, podemos volver a
ponernos de pie, porque contamos con el perdón del Señor, porque contamos con
su fuerza y su gracia, que viene en auxilio de nuestra debilidad cuando humildes
acudimos a Él. Esta fuerza, no podemos olvidarlo, la encontramos especialmente en
la confesión sacramental, en la Eucaristía y en la oración
perseverante. Puede, quien tercamente acude al Señor y encuentra en Él su fuerza:
“Todo lo puedo en Aquel que me fortalece” ( Flp 4,13). Por tanto, una vez que
contamos con la gracia de Dios, para ser santos “no se necesita otra cosa que
quererlo” (San Juan Crisstomo). Y es que, el que quiere el fin, pone los medios .
San Gregorio Magno nos exhorta así: “Busquemos, pues, queridos
hermanos, estos pastos [de la vida eterna], para alegrarnos en ellos junto con la
multitud de los ciudadanos del Cielo. La misma alegría de los que ya disfrutan de
este gozo nos invita a ello. Por tanto, hermanos, despertemos nuestro espíritu,
enardezcamos nuestra fe, inflamemos nuestro deseo de las cosas celestiales; amar
así es ponernos ya en camino . Que ninguna adversidad nos prive del gozo de esta
fiesta interior, porque al que tiene la firme decisión de llegar a término ningún
obstáculo del camino puede frenarlo en su propósito . No nos dejemos seducir por la
prosperidad, ya que sería un caminante insensato el que, contemplando la
amenidad del paisaje, se olvidara del término de su camino”.
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Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)