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Día de los fieles difuntos.
Tercera Misa: Lic. 23, 44-46. 50.52-53; 24, 1-6
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.Ayer, la fiesta de Todos los
Santos nos hizo contemplar “la ciudad del cielo, la Jerusalén celeste, que es nuestra
madre” (Prefacio de Todos los Santos). Hoy, con el corazn dirigido todavía a estas
realidades últimas, conmemoramos a todos los fieles difuntos, que “nos han
precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueo de la paz” (Plegaria
eucarística I).
Es muy importante que los cristianos vivamos la relación con los difuntos en la
verdad de la fe, y miremos la muerte y el más allá a la luz de la Revelación. Ya el
apóstol san Pablo, escribiendo a las primeras comunidades, exhortaba a los fieles a
“no afligirse como los hombres sin esperanza”. “Si creemos que Jesús ha muerto y
resucitado, escribía, del mismo modo a los que han muerto en Jesús Dios los
llevará con él” (1 Tes. 4, 13-14). También hoy es necesario evangelizar la realidad
de la muerte y de la vida eterna, realidades particularmente sujetas a creencias
supersticiosas y sincretismos, para que la verdad cristiana no corra el riesgo de
mezclarse con mitologías de diferentes tipos.
En realidad, como ya observaba san Agustín, todos queremos la “vida
bienaventurada”, la felicidad; queremos ser felices. No sabemos bien qué es y cmo
es, pero nos sentimos atraídos hacia ella. Se trata de una esperanza universal,
común a los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares. La expresión
“vida eterna” querría dar un nombre a esta espera que no podemos suprimir: no
una sucesión sin fin, sino una inmersión en el océano del amor infinito, en el que ya
no existen el tiempo, el antes y el después. Una plenitud de vida y de alegría: esto
es lo que esperamos y aguardamos de nuestro ser con Cristo (cf. ib ., 12).
Pero, mientras somos peregrinos, hemos de caminar por los caminos de Jesús,
para que al fin de nuestra peregrinación podamos exclamar como Él, con gran
confianza en el momento de nuestra muerte: “En tus manos, Seor, encomiendo mi
espíritu, Tu me has redimido, Seor, Dios de la verdad”. Jesús revolucion el
sentido de la muerte. Lo hizo con su enseñanza, pero sobre todo afrontando Él
mismo a la muerte, viviendo y muriendo en las manos del Padre.
“Cuando morimos pasamos de la muerte a la inmortalidad; y la vida eterna no
se nos puede dar más que saliendo de este mundo. No es esa un punto final sino
un paso. Al final de nuestro viaje en el tiempo, llega nuestro paso a la eternidad.
¿Quién no se apresuraría hacia un tan gran bien? ¿Quién no desearía ser cambiado
y transformado a imagen de Cristo?” (San Cipriano). Por esto hoy la Iglesia nos
invita a rezar por nuestros queridos difuntos y a visitar sus tumbas en los
cementerios.
Que María, Estrella de la esperanza, haga más fuerte y auténtica nuestra fe en
la vida eterna y sostenga nuestra oración de sufragio por los hermanos difuntos.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)