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XXXI Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Jueves
Lucas 15,1-10
Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta ”. Las parábolas
presentadas quieren expresar con cuánto empeño busca Dios a su criatura humana,
que por su pecado se ha “perdido” y alejado de Él. Dios sale en su busca y hace
todo lo que está a su alcance para hallarla. La alegría que experimenta el pastor al
encontrar su oveja extraviada o la mujer al hallar la moneda perdida es análoga a
la alegría que Dios experimenta por un pecador que se convierte.
San Ambrosio dice que “No carece de significado que Lucas nos haya
presentado tres parábolas seguidas: La oveja perdida se había descarriado y fue
recobrada, la dracma perdida fue hallada; el hijo pródigo que daban por muerto lo
recobraron con vida, para que, solicitados por este triple remedio, nosotros
curásemos nuestras heridas. ¿Quién es este padre, este pastor, esta mujer? ¿No es
Dios Padre, Cristo, la Iglesia? Cristo que ha cargado con tus pecados te lleva en su
cuerpo; la Iglesia te busca; el Padre te acoge. Como un pastor, te conduce; como
una madre, te busca; como un padre te viste de gala. Primero la misericordia,
después la solicitud, luego la reconciliación”
Las parábolas del evangelio de hoy hablan de una realidad presente en la
historia de la humanidad, presente en nuestra propia historia personal: el pecado.
El pecado “es rechazo y oposición a Dios” ( CIgC 386), “es un abuso de la libertad
que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse
mutuamente” ( CIgC 387). Es un querer ser dios pero sin Dios, es querer vivir de
espaldas a Él, desvinculado de los preceptos y caminos que en su amor Él señala al
ser humano para su propia realización. El pecado es un acto de rebeldía, un “no”
dado a Dios y al amor que Él le manifiesta. Todo esto queda retratado en la actitud
del hijo que reclama su herencia: quiere liberarse del padre, salir de su casa para
marcharse lejos y poder gozar de su herencia sin límites ni restricciones.
Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el
ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano que
cura las heridas, del Padre que espera al Hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del
justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y
misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del amor
misericordioso de Dios con el pecador (CIgC 1465).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)