Encuentros con la Palabra
Domingo XXXII Ordinario – Ciclo A (Mateo 25, 1-13)
“(...) no saben ni el día ni la hora”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
La señora Julia Morante es una campesina que estará pasando ya los ochenta
abriles. Cuando la conocí, hace unos 20 años, ya viuda y con la mayoría de sus
hijos e hijas casados y organizados, seguía madrugando todos los días del año,
con lluvia o sin ella, festivos o laborales, a ordeñar las vacas de don Noé Mora,
uno de los vecinos ricos de la vereda de Pajarito, en el municipio de Tausa, al
norte de Zipaquirá. Ordeñando vacas fue como levantó a su familia en medio de la
pobreza digna de los campesinos de esta zona del país. Años más tarde,
recordaba a doña Julia cuando le oía decir a un humorista argentino que las vacas
no dan leche... se la sacan ...
Cuando llegábamos los juniores a su casa todos los fines de semana, hervía un
poco de leche y nos brindaba un trozo de pan con una deliciosa taza de leche,
todavía humeante. De ella aprendimos algo que en las cocinas de las ciudades no
pasa de ser un pequeño incidente, desgraciadamente frecuente, pero que en el
contexto de doña Julia era algo muy importante. Según una creencia generalizada
entre los campesinos de estas veredas, cuando la leche hervida se riega sobre la
estufa de carbón de piedra, las ubres de las vacas de cuartean y esto impide su
ordeño adecuado. Por eso, doña Julia estaba muy atenta al momento en que la
lecha comenzaba a subir por los bordes de la olleta que usaba para hervirla.
No hay cosa más inesperada, ni más frecuente, que la leche que se derrama
sobre las estufas de este país. Si uno se queda mirando la leche, parece que
nunca va a hervir. Pero basta un pequeñísimo descuido y las ubres de las vacas
sufren las fatales consecuencias; además, limpiar una estufa con leche regada por
todas partes, es de lo más incómodo que hay en la cocina.
Según la parábola que Jesús nos cuenta este domingo, esta es una más de las
características del reino de Dios: llega sin avisar. Hay que estar preparados,
porque no sabemos ni el día ni la hora. Las cinco muchachas previsoras van a
esperar al novio, en medio de la noche, aperadas con suficiente aceite para las
lámparas. En cambio, las cinco muchachas despreocupadas no llevaban aceite
para llenar las lámparas por segunda vez. Por eso, a medianoche, cuando llegó
por fin el novio, las primeras entraron a la boda, mientras que las segundas
tuvieron que ir a comprar más aceite para sus lámparas. Cuando volvieron
diciendo, “¡Señor, señor, ábrenos!”, no fueron aceptadas en la fiesta. Podríamos
decir que ya no valió llorar sobre la leche derramada... Por eso, tenemos que estar
despiertos y atentos delante de la olla de nuestra vida, como doña Julia, “porque
no sabemos ni el día ni la hora”.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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