Domingo 32 del Tiempo Ordinario (ciclo A)
“Oh Señor, danos la sabiduría para esperarte con las lámparas encendidas”
La liturgia de hoy no centra en la meditación del grito que se oy a medianoche: “ya llega el esposo
salid a recibirlo” (Mt. 25,8). El esposo es Cristo que viene de improviso para llamarnos a participar
de su banquete eterno y llama a todos los creyentes simbolizados en las diez vírgenes que velan
esperando ser introducidas en la boda del banquete. En esta parábola, como así también en el
Antiguo Testamento las relaciones entre Dios y los hombres se presentan como relaciones
nupciales. La misma encarnación del Hijo de Dios es un casamiento indisoluble con la humanidad,
que se sella en la misma Cruz en la cual Cristo redime a la humanidad y reúne en torno a sí a los
hombres en la Iglesia, su esposa mística.
Si leemos con atención a San Pablo en su segunda carta a los cristianos de Corinto, vemos que El
quiere desposarnos a cada uno a través del bautismo: “os tengo desposados con un solo esposo,
para presentaros cual casta virgen a Cristo” (2 Cor.11, 21). La vida del cristiano es un desposorio
con Cristo y un compromiso que no admite rupturas y que requiere de una fidelidad ardiente. La
vida es un caminar por la vida guiados por el amor de Cristo. Ojalá que podamos recorrer nuestro
propio camino y decir como Pablo: “recorrí el buen camino”. La vida recorrida así es una espera
vigilante en Cristo, el Esposo. Esta vida debe ser vivida en las virtudes y las buenas obras
simbolizadas en esta parábola con el aceite que alimenta la llama, que es la fe.
Las vírgenes prudentes están bien provistas de aceite por lo que pueden esperar sin preocuparse,
aunque el esposo tarde en venir para entrar más tarde al salón de las bodas. En cambio las
vírgenes necias representan a los cristianos descuidados en el cumplimiento de las virtudes y las
vivencias de la fe. Estas son a las que se les acaba el aceite cuando llega el esposo y las que
claman: “Seor, Seor, ábrenos” (Mt.25, 11). Pero ya no hay remedio, el tiempo se acabó. Así
como ellas, tampoco nosotros sabemos cuánto tiempo tenemos y es por eso que no podemos vivir
nuestra vida cristiana diciendo solamente “yo soy cristiano”, sino que debemos acompañar
nuestras vidas con las obras de la fe y la caridad, cumpliendo nuestros deberes para con Dios y
nuestro prójimo. Nuestros pensamientos y obras deben ser coherentes con nuestra fe estemos en
el lugar que estemos, seamos consagrados o laicos, jerarquía de la Iglesia, gobernantes, jueces o
legisladores de nuestro pueblo. Todos tenemos que tener las lámparas cargadas de aceite porque
el Esposo llegará y no sabemos cuándo.
Los que predicamos el Evangelio, los que tenemos que cuidar del bien común con nuestras leyes y
acciones, estamos obligados a dar el buen ejemplo, no sea que cuando venga el Señor nos diga
“jamás os conocí, alejaos de mí” (Mt.7,23). Tenemos que tener cuidado de estar entre estos ya que
el Señor no solamente los excluye de las bodas, sino que no los considera sus amigos porque no
cumplen los mandamientos ni son consecuentes con la fe en sus vidas, no son ovejas de su grey,
y por eso los excluye de la intimidad de las bodas eternas. Este evangelio nos invita entonces a
velar en las virtudes y las obras del amor, para no ser excluidos de la amistad del Señor y de la
intimidad de la Eternidad. “Por tanto velad, porque no sabemos ni el día ni la hora” (Mt.25, 13).
Busquemos la sabiduría que procede de Dios, para poder obrar como cristianos, no con la
comodidad de estos tiempos de relativismo que nos llevan a no saber donde está el bien y donde
el mal, que nos hace dejar de lado lo permanente y bueno y cambiarlo por lo que no está bien. La
ley natural proviene de Dios y nosotros no la podemos cambiar. Ciertamente Dios respeta nuestra
conducta y opción personal, pero no es del Señor que cambiemos esta ley natural pensando
simplemente en la realidad de los tiempos modernos. El pecado y el alejamiento de Dios es más
viejo en el tiempo y la historia que nosotros, pero el Esposo es el Señor del tiempo y de la
eternidad. Él es el Seor de la historia y nosotros debemos comportarnos como sus “amigos” y sus
“servidores”.
Que la Virgen Madre nos ayude a que el Señor nos encuentre velando, orando y viviendo
virtuosamente.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú