Imitar la astucia, no la injusticia
2011-11-04
Evangelio
Del santo Evangelio según san Lucas 16, 1-8
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Había una vez un hombre rico que
tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus
bienes. Lo llamó y le dijo: “¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu
trabajo, porque en adelante ya no serás administrador”. Entonces el administrador
se puso a pensar: “¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo
fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a
hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan”.
Entonces fue llamado uno a uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó:
“¿Cuánto le debes a mi amo?”. El hombre respondió: “Cien barriles de aceite”. El
administrador le dijo: “Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta”. Luego
preguntó al siguiente: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Éste respondió: “Cien sacos de
trigo”. El administrador le dijo: “Toma tu recibo y haz otro por ochenta”.
El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad.
Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que
pertenecen a la luz». Palabra del Señor.
Oración introductoria
Señor Jesús, quiero tener la audacia y habilidad para saber darte el lugar que te
corresponde en mi vida. Creo en Ti, confío y te amo, ilumina este rato de
meditación para que nada me distraiga y sepa guardar el silencio que me permita
realmente conocer tu voluntad.
Petición
Señor, ayúdame a saber aprovechar mi tiempo, especialmente este momento de
meditación.
Meditación
Imitar la astucia, no la injusticia
«Varios puntos de reflexión sobre los peligros de un apego excesivo al dinero, a los
bienes materiales y a todo lo que impide vivir en plenitud nuestra vocación y amar
a Dios y a los hermanos. También hoy, con una parábola que suscita en nosotros
cierta sorpresa porque en ella se habla de un administrador injusto, al que se alaba,
analizando a fondo, el Señor nos da una enseñanza seria y muy saludable. Como
siempre, el Señor toma como punto de partida sucesos de la crónica diaria: habla
de un administrador que está a punto de ser despedido por gestión fraudulenta de
los negocios de su amo y, para asegurarse su futuro, con astucia trata de negociar
con los deudores. Ciertamente es injusto, pero astuto: el evangelio no nos lo
presenta como modelo a seguir en su injusticia, sino como ejemplo a imitar por su
astucia previsora. En efecto, la breve parábola concluye con estas palabras: "El
amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido". Pero,
¿qué es lo que quiere decirnos Jesús con esta parábola, con esta conclusión
sorprendente? Inmediatamente después de esta parábola del administrador injusto
el evangelista nos presenta una serie de dichos y advertencias sobre la relación que
debemos tener con el dinero y con los bienes de esta tierra. Son pequeñas frases
que invitan a una opción que supone una decisión radical, una tensión interior
constante» (Benedicto XVI, 23 de septiembre de 2007).
Reflexión apostólica
«El tiempo pasa y el destino eterno de las almas se juega en él. La fugaz historia de
cada vida humana es, para el verdadero apóstol, el escenario de una lucha
constante entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira, entre el amor y el
egoísmo» (Manual del miembro del Movimiento Regnum Christi , n. 167).
Propósito
Hacer un balance para ver en qué estoy ocupando mi tiempo y ver cuánto estoy
invirtiendo en mi salvación.
Diálogo con Cristo
Padre mío, el administrador de la parábola no buscó excusar su irresponsabilidad,
porque sabía que Tú ya lo conoces todo. Igualmente, yo sólo puedo pedirte con
humildad que me tengas paciencia y que vengas a morar a mi corazón. Con tu
gracia tendré la fuerza y la luz para saber cómo administrar y aprovechar el tiempo
que me has regalado para alcanzar la santidad.
« Que sus hijos vayan aprendiendo de ustedes cuál es el verdadero sentido de la
vida; que no es un vagar absurdo por el tiempo en espera de que suene la última
hora, sino un peregrinaje apasionante y lleno de esperanza hacia una meta muy
concreta e insospechadamente bella: la vida eterna en el amor de Dios y de todos
los que han llegado a ella»
( Cristo al centro, n. 914).