¿Qué es lo que me han contado de ti?, Y el señor alabó a este administrador
deshonesto, por haber obrado tan hábilmente.
Lc 16, 1-8
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
NUESTROS VERDADEROS AMIGOS SON LOS POBRES
Captamos diferentes estímulos en este fragmento evangélico: con ellos quiere Jesús
provocar nuestra reflexión y nuestra respuesta. Aunque el discurso se haga, en ocasiones,
difícil y la respuesta bastante comprometedora, el verdadero discípulo de Jesús no puede
sustraerse a sus deberes concretos. En primer lugar, es preciso mantener la confrontación
con los hijos de este mundo: en el evangelio encontramos muchísimas veces la invitación a
ser animosos no sólo frente a la propuesta divina, sino también frente a aquellos que no
quieren saber nada ni del Evangelio ni de la vida cristiana. Por eso, no basta con la astucia;
se requiere también el coraje, la osadía y la audacia de quien sabe que posee una palabra
superior a cualquier otra y puede apoyarse en una promesa que no puede ser retractada.
Del contexto global del capítulo se desprende una segunda gran invitación, que concreta el
coraje evangélico: nuestros verdaderos amigos son los pobres, y se requiere, a buen
seguro, un coraje de león para considerarlos como nuestros primeros y más queridos
amigos. Quien llega a considerarlos como tales demuestra ser de verdad «listo» según
Jesús, aunque no ciertamente según la lógica del mundo. Llegados a este punto, ya no
queda ninguna incertidumbre sobre la astucia por la que el administrador deshonesto es
alabado por su señor. La luz que se desprende de esta parábola nos llega a todos nosotros
e iluminará nuestro camino en la medida en que nos dispongamos a invocarla, a acogerla y
a caminar por el sendero que abre delante de nosotros.
ORACION
Me preguntas, Señor: «¿Por qué andas indeciso?». Decir la verdad... cuesta sangre, Señor;
descubrir mis mezquindades... me expone, Señor; perder mis seguridades... es duro, Señor;
aceptar la desaprobación... es doloroso, Señor; ver bloqueados mis planes... me disgusta,
Señor; reconocer mis infidelidades... me hace daño, Señor; mostrar mis debilidades... me
humilla, Señor; renunciar a mis razones... no lo soporto, Señor.
El precio que hemos de pagar para ser honestos es elevado, pero servir a dos señores me
repugna. Señor, ayúdame a ser honesto, ¡cueste lo que cueste!