XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Segunda Lectura: 1Tes 4, 13-18
A los que mueren en Jesús, Dios os llevará con Él
En la Segunda Lectura (1 Tes 4, 13-18) San Pablo nos muestra en qué consiste la
muerte para los creyentes. A la luz de Dios, la muerte no es motivo para “vivir
tristes, sino para vivir en esperanza” , pues la muerte es el paso necesario para el
encuentro definitivo con el Señor. Por esto San Pablo nos dice: “a los que murieron
en Jesús, Dios los llevará con Él”. Dios nuestro Señor nos llevará a esa meta que El
nos ha prometido: el Reino de los Cielos. Eso sí: siempre y cuando hagamos lo
requerido por El.
Sabemos que la muerte forma parte de la condición humana; es el momento
terminal de la fase histórica de la vida. En la concepción cristiana, la muerte es un
paso: de la luz creada a la luz increada, de la vida temporal a la vida eterna.
Ahora bien, si la persona y la enseñanza de Cristo es la fuente de la que el
cristiano recibe luz y energía para vivir como hijo de Dios, ¿a qué otra fuente se
dirigirá para sacar la fuerza necesaria para morir de modo coherente con su fe?
Como „vive en Cristo‟, así no puede menos de „morir en Cristo‟. Y estar dispuestos a
morir por Cristo supone la decisión de aceptar con generosidad y coherencia las
exigencias de la vida cristiana; es decir, significa vivir para Cristo.
Pero ¿Qué significa "morir en Cristo"? Significa ante todo, leer el evento
desgarrador y misterioso de la muerte a la luz de la enseñanza del Hijo de Dios y
verlo, por ello, como el momento de la partida hacia la casa del Padre, donde Jesús,
pasando también Él a través de la muerte, ha ido a prepararnos un lugar (cf. Jn 14,
2).
“Morir en Cristo” significa, además, confiar en Cristo y abandonarse totalmente
a Él, poniendo en sus manos -de hermano, de amigo, de buen Pastor- el propio
destino, así como Él, muriendo, puso su espíritu en las manos del Padre (cf. Lc 23,
46). Significa cerrar los ojos a la luz de este mundo en la paz, en la amistad, en la
comunión con Jesús, porque nada, "ni la muerte ni la vida... podrá separarnos del
amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rm 8, 38-39). En
aquella hora suprema, el cristiano sabe que, aunque el corazón le reproche algunas
culpas, el Corazón de Cristo es más grande que el suyo y puede borrar toda su
deuda si él está arrepentido (cf. 1 Jn 3, 20).
“Morir en Cristo” significa también, fortificarse para aquel momento decisivo
con los „ signos santos ‟ del „paso pascual‟: el sacramento de la Penitencia, que nos
reconcilia con el Padre y con todas las creaturas; el santo Viático, Pan de vida y
medicina de inmortalidad; y la Unción de los enfermos, que da vigor al cuerpo y al
espíritu para el combate supremo.
“Morir en Cristo” significa, finalmente, “morir como Cristo” orando y
perdonando ; teniendo junto a sí a la bienaventurada Virgen . Como madre, Ella
estuvo junto a la cruz de su Hijo (cf. Jn 19, 25); como madre está al lado de sus
hijos moribundos, Ella que, con el sacrificio de su corazón, cooperó a engendrarlos
a la vida de la gracia (cf. Lumen gentium , 53); está al lado de ellos, presencia
compasiva y materna, para que del sufrimiento de la muerte nazcan a la vida de la
gloria.
De cara a la muerte san Ignacio de Antioquía decía: “Para mí es mejor morir
en Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha
muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se
aproxima [...] Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un
hombre” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos 6, 1-2).
Por esto, la Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte
(“De la muerte repentina e imprevista, líbranos Seor”: Letanías de los santos), a
pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros “en la hora de nuestra muerte”
(Avemaría), y a confiarnos a san José, patrono de la buena muerte: “Habrías de
ordenarte en toda cosa como si luego hubieras de morir. Si tuvieses buena
conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la
muerte. Si hoy no estás aparejado (preparado), ¿cmo lo estarás maana?” ( De
imitatione Christi 1, 23, 1) (CIgC 1014).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)