““Ya viene el esposo, salgan a su encuentro””
San Mateo 25, 1-13
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EL IMPULSO QUE NOS MANTIENE FIELES AL CIELO Y A LA TIERRA.
El año litúrgico está llegando al final y la Iglesia lanza una mirada de fe hacia “las
cosas últimas” para subrayar los principios fundamentales de la sabiduría humana y
cristiana. El libro de la Sabiduría nos invita a hacer de la Palabra de Dios el principio
orientador de la vida: “Quien madrugue para buscarla no se fatigará, pues la
encontrará sentada a sus puertas. Meditar sobre ella es prudencia consumada”
(Sabiduría 6, l4 ss). Vivimos en una sociedad, en muchos momentos, improvisada,
instintiva, superficial, impulsiva e irreflexiva, de aquí que sea tan útil la llamada a ser
sabios y a concentrarnos en lo esencial.
También la parábola de las diez vírgenes nos invita a estar preparados y ser
previsores, sin olvidar que somos peregrinos del Señor. Todos tenemos necesidad
de ser sabios, y no importa la edad, y de ajustar nuestras ideas, elecciones,
comportamientos y decisiones. La verdadera sabiduría, de la cual hablan las
Escrituras, es un don, desciende de Dios y se implora con paciencia y perseverancia.
También la sabiduría ha de ser buscada, deseada y amada por nosotros. Para
apropiarnos de ella es necesario ponderar y velar sin perderse en comportamientos
vanos y estériles. Se anticipa a quien la desea y sale al encuentro de quienes son
merecedores de ella. Esta sabiduría, llena de vida, fe y ahínco evangélico, está
estrechamente vinculada con el anhelo del corazón por las realidades del más allá y
la espera vigilante del Señor, el Esposo que debe venir, el impulso que nos mantiene
fieles al cielo y a la tierra.
ORACION
Señor Jesucristo, Hijo de Dios y Sabiduría del Padre, Verbo hecho carne y
resplandor de la gloria, tú te acercas a nosotros, vienes a nuestro encuentro y nos
invitas a la boda de la Iglesia con Dios, Padre de todos. Que nuestro amor anhele y
busque, alcance y logre tu sabiduría y permanezca siempre en lo que ha
descubierto.
Deseamos invocarte y suplicarte con las palabras litúrgicas: “Dichosos los invitados a
la mesa del Señor”, esto es: “Dichosos los invitados al banquete de bodas del
Cordero” (Ap 19,9), o con las de san Agustín: “El tiempo es como la noche, el
momento en que la Iglesia vela, con los ojos de la fe fijos en la Sagrada Escritura
como antorchas resplandecientes en la oscuridad, hasta la llegada del Señor”.
Somos como aquellas cinco vírgenes prudentes, sentadas a la mesa con el esposo.
Confiemos humildemente un deseo a la generosidad de nuestro Dios: que todos
nosotros, que permanecemos en la fe y vivimos la vigilante espera de la paz
sabática, nos reunamos un día en tu Reino, en el banquete eterno, y que nadie se
quede fuera, sin cruzar la puerta, donde “será el llanto y el rechinar de dientes”.
Señor, que, cuando vengas, encuentres a tu Iglesia vigilante a la luz del Espíritu y
despiertes este cuerpo, que yacerá dormido en la tumba.