EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Jueves de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario
Primer Libro de Macabeos 2,15-29.
Entre tanto, los delegados del rey, encargados de imponer la apostasía, llegaron a
la ciudad de Modín, para exigir que se ofrecieran los sacrificios.
Se presentaron muchos israelitas, pero Matatías y sus hijos se agruparon aparte.
Entonces los enviados del rey fueron a decirle: "Tú eres un jefe ilustre y gozas de
autoridad en esta ciudad, respaldado por hijos y hermanos.
Sé el primero en acercarte a ejecutar la orden del rey, como lo han hecho todas las
naciones, y también los hombres de Judá y los que han quedado en Jerusalén. Así
tu y tus hijos, serán contados entre los Amigos del rey y gratificados con plata, oro
y numerosos regalos".
Matatías respondió en alta voz: "Aunque todas las naciones que están bajo el
dominio del rey obedezcan y abandonen el culto de sus antepasados para
someterse a sus órdenes,
yo, mis hijos y mis hermanos nos mantendremos fieles a la Alianza de nuestros
padres.
El Cielo nos libre de abandonar la Ley y los preceptos.
Nosotros no acataremos las órdenes del rey desviándonos de nuestro culto, ni a la
derecha ni a la izquierda".
Cuando acabó de pronunciar estas palabras un judío se adelantó a la vista de todos
para ofrecer un sacrificio sobre el altar de Modín, conforme al decreto del rey.
Al ver esto, Matatías se enardeció de celo y se estremecieron sus entrañas; y
dejándose llevar por una justa indignación, se abalanzó y lo degolló sobre el altar.
Ahí mismo mató al delegado real que obligaba a ofrecer los sacrificios y destruyó el
altar.
Así manifestó su celo por la Ley, como lo había hecho Pinjás con Zimrí, hijo de Salú.
Luego comenzó a gritar por la ciudad con todas sus fuerzas: "Todo el que sienta
celo por la Ley y quiera mantenerse fiel a la Alianza, que me siga".
Y abandonando todo lo que poseían en la ciudad, él y sus hijos huyeron a las
montañas.
Entonces muchos judíos, amantes de la justicia y el derecho, se retiraron al
desierto para establecerse allí
Salmo 50(49),1-2.5-6.14-15.
Salmo de Asaf. El Dios de los dioses, el Señor, habla para convocar a la tierra desde
la salida del sol hasta el ocaso.
El Señor resplandece desde Sión, que es el dechado de toda hermosura:
"Reúnanme a mis amigos, a los que sellaron mi alianza con un sacrificio".
¡Que el cielo proclame su justicia, porque el Señor es el único Juez!
Ofrece al Señor un sacrificio de alabanza y cumple tus votos al Altísimo;
invócame en los momentos de peligro: yo te libraré, y tú me glorificarás".
Evangelio según San Lucas 19,41-44.
Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella,
diciendo: "¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero
ahora está oculto a tus ojos.
Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con
empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes.
Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra
sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por
Dios".
Comentario del Evangelio por
San Agustín (354-430) obispo de Hipona, doctor de la Iglesia
La Ciudad de Dios 14,28
«Al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró»
Dos amores construyeron dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio a
Dios hizo la ciudad terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de si mismo, la
ciudad del cielo. La una se glorifica a sí misma, la otra se glorifica en el Señor. Una
busca la gloria que viene de los hombres (Jn 5,444), la otra tiene su gloria en Dios,
testigo de su conciencia. Una, hinchada de vana gloria, levanta la cabeza, la otra
dice a su Dios: «Tú eres mi gloria, me haces salir vencedor...» (cf Sal 3,4) En una,
los príncipes son dominados por la pasión de dominar sobre los hombres y sobre las
naciones conquistadas, en la otra todos son servidores del prójimo en la caridad,
los jefes velando por el bien de sus subordinados y éstos obedeciéndoles. La
primera, en la persona de los poderosos, se admira de su propia fuerza, la otra dice
a su Dios: «Te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.» (Sal 17,2)
En la primera, los sabios llevan una vida mundana, no buscando más que las
satisfacciones del cuerpo o del espíritu o las dos a la vez: «...habiendo conocido a
Dios, no lo han glorificado, ni le han dado gracias, sino que han puesto sus
pensamientos en cosas sin valor y se ha oscurecido su insensato corazón...han
cambiado la verdad de Dios por la mentira.» (cf Rm 1,21-25) En la ciudad de Dios,
en cambio, toda la sabiduría del hombre se encuentra en la piedad que da culto al
verdadero Dios, un culto legítimo y que espera como recompensa, en la comunión
de los santos, no solamente de los hombres sino también de los ángeles, «que Dios
sea todo en todos.» (1Cor 15,28)
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”