“Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”.
San Lucas 17, 7-10
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
AMOR Y LA MISERICORDIA SON EL LENGUAJE DE DIOS.
El dolor y la muerte nos acomunan a todos, con el carácter trágico de los “por qué?” que les
acompañan. Se oye decir: “Venimos a este mundo a sufrir”, tan cruda y persuasiva se
muestra esta experiencia, frente a la cual sentimos nuestra precariedad, impotencia y
pequeñez.
No es ésta, sin embargo, nuestra verdad profunda y esencial: no hemos sido creados para
sufrir, no hemos sido creados para morir, sino que estamos vivos para vivir y para vivir para
siempre. Nuestra vida no es una vida para perderla, condenada a la derrota. ¡Bien al
contrario! Dios nos tiene en sus manos: no nos ha hecho inmunes al dolor y a la muerte,
pero los vive con nosotros y nos ha mostrado en Jesús cómo vivirlos. El amor y la
misericordia levantan los asedios del sufrimiento que atenazan el corazón. El amor y la
misericordia son la vida eterna que empieza ya en esta tierra, cuando dejamos que las
reivindicaciones cedan el paso a la gratuidad, cuando ni siquiera en medio de la
persecución no perdemos la esperanza ni la confianza. El amor y la misericordia son el
lenguaje de Dios. Dichoso el que lo aprende: comprenderá qué es la muerte y qué es la
vida.
ORACION
No me importa, Señor, presentarte la cuenta, como si tú debieras pagarme por lo que hago
por ti. Tú me has dado todo, todo lo he recibido de ti: mi existencia no es más que un
restituirte el don. Soy alguien a quien no se le debe nada.
Sólo te pido, Señor, que no desaparezca en mí la certeza de estar ya contigo en esa vida
que durará para siempre, para la cual la muerte no es más que un terrible paso. Refuerza
mi fe en esa eternidad de amor que ya saboreo ahora en cada chispa de amor humano.
Demasiadas veces, hoy, me apremian cerrando los confines de la existencia en este
mundo, en una autocondena a una vida que ya es muerte.
Creo, Señor, que del mismo modo que ahora me despierto por la mañana, resucitaré un día
en tu aurora. No será un premio que me debas: será el rebosar definitivo de tu misericordia.