“La perseverancia en la oración”
Lc 18, 1-8
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
PERO, CUANDO VENGA EL HIJO DEL HOMBRE, ¿ENCONTRARÁ FE EN LA TIERRA
?.
La pregunta de Jesús supone para nosotros una abierta provocación. Antes que nada, por
el hecho de poner en el centro de su discurso la fe: ésta, en efecto, es el don más precioso
que podemos recibir de Dios, y estamos llamados a conservarla a cualquier precio. La
apertura al futuro nos deja entender también que, si bien es hermoso acoger el don, no es
igual de fácil conservarlo y vivir de él.
¿Qué respuestas podemos dar, hoy, a esta provocación de Jesús? Por un lado, observando
de manera atenta la situación espiritual del mundo contemporáneo, parece que podemos
decir que la humanidad camina hacia un futuro cada vez menos rico de fe, cada vez más
atado a los bienes terrenos, cada vez más solicitado por sus propios intereses. En general,
el espectáculo que tenemos delante no figura, a buen seguro, entre los más seductores, y
es precisamente eso lo que nos induciría a dar una respuesta negativa.
No obstante, por otro lado, si hacemos uso no sólo de la lupa para ver de cerca las cosas
que suceden, sino también del catalejo para tener una visión panorámica de la realidad,
entonces veremos que la semilla de la fe está presente y escondida en el corazón de no
pocas personas, y eso es lo que más cuenta. Lo que constituye la diferencia no es tanto la
visibilidad externa, y mucho menos la eficiencia de las estructuras creadas por quien cree,
sino el don de Dios, que, por su propia naturaleza, tiende a crear relaciones profundas y le
gusta ocultarse en ellas.
La provocación de Jesús la podemos interpretar también como una consigna: le
corresponde al «resto de Israel» asumirla como propia, hacerse cargo, hoy como en todas
las épocas, de la historia y obrar de modo que, cuando venga el Hijo del hombre, pueda
encontrarnos ricos en fe.
ORACION
¡Señor, enséñame a orar!
Tu oración consistía, a veces, sólo en una mirada dirigida al cielo antes de actuar o en una
breve invocación; otras veces consistía en una expresión de abandono, en un grito de
reparación, en un agradecimiento filial o en una manifestación de la voluntad del Padre. Era
una oración dulce y gozosa, pero también una oración de tensión cuando se acercaba la
última hora, de miedo y de angustia al beber el cáliz. Orabas solo o con otros, de noche o
por la mañana, de pie o sentado, en el desierto o en la soledad absoluta de tu alma. Orabas
siempre, porque -a diferencia de los fariseos- tu oración se convertía en vida, y tu vida -
expresión de tu fe- era una efusión de la oración.
¡Señor, enséñame a vivir!