XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Segunda Lectura: 1Tes 5, 1-6
“Si el domingo pasado san Pablo nos decía; “A los que mueren en Jesús, Dios
los llevará con Él”; y ahora nos advierte: “ Que el día del Señor no los sorprenda
como un ladrón . Al final del año litúrgico, la Iglesia nos invita pensar en el final de
nuestra vida, nos invita a prepararnos para acoger al Señor que vendrá. Así, en la
segunda lectura san Pablo nos invita a vivir preparados para cuando el señor nos
llame: “no vivamos dormidos, como los malos; antes bien, mantengámonos
despiertos y vivamos sobriamente”.
El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia. Esta
advertencia de san Pablo adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación
final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. “Mira que vengo
como ladrn. Dichoso el que esté en vela” (Ap 16,15).
El domingo pasado decíamos que “nuestras vidas están medidas por el
tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres
vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la
vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de
nuestra mortalidad sirve también para hacernos pensar que no contamos más que
con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida: “Acuérdate de tu
Creador en tus días mozos [...], mientras no vuelva el polvo a la tierra, a lo que
era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio” (Qo 12, 1. 7) (CIgC 1007).
Ante el acontecimiento de su venida última y ante la ignorancia sobre la hora o
día, el Señor enseña que sólo cabe una actitud sensata: velar y estar preparados en
todo momento. Y para insistir más aún en la necesidad de este estar preparados el
Señor pone a sus discípulos otra comparación: «si el dueño de casa supiera a qué
hora de la noche va a llegar el ladrón estaría vigilando y no lo dejaría asaltar su
casa». Del mismo modo, el saber que vendrá y la ignorancia del momento mueven
a una persona sensata a mantenerse siempre vigilante.
También el apóstol Pablo invita a los creyentes con insistencia a estar
preparados en varias de sus cartas. El suyo es un llamado a “despertar del sueo”
dado que la noche está avanzada y se acerca el día. Este “pasar de las
tinieblas a la luz” se realiza mediante un esfuerzo serio de conversión que consiste
en un proceso simultáneo de despojamiento y revestimiento. De lo que hay que
despojarse es de las obras de las tinieblas como los son las orgías y
borracheras, las lujurias y lascivias, las rivalidades, pleitos y envidias. De lo que
hay que revestirse en cambio es de las armas de la luz, más aún, hay que
“revestirse” interiormente de Cristo mismo.
San Gregorio dice que el Seor “Viene cuando nos llama a juicio, pero llama
cuando da a conocer por la fuerza de la enfermedad que la muerte está próxima. Y
le abrimos inmediatamente si lo recibimos con amor. No quiere abrir al juez que
llama el que teme la muerte del cuerpo y se horroriza de ver a aquel juez a quien
se acuerda que despreció. Pero aquel que está seguro por su esperanza y buenas
obras, abre inmediatamente al que llama porque cuando conoce que se aproxima el
tiempo de la muerte, se alegra por la gloria del premio. Por esto añade:
„Bienaventurados aquellos siervos, que hallare velando el Seor, cuando
viniere‟. Vigila aquel que tiene los ojos de su inteligencia abiertos al aspecto de la
luz verdadera, el que obra conforme a lo que cree y el que rechaza de sí las
tinieblas de la pereza y de la negligencia”.
Y, por su parte, San Cirilo: aade que “Así pues, cuando venga el Señor y
encuentre a los suyos despiertos y ceñidos, teniendo la luz en su corazón, entonces
los llamará bienaventurados”. Por tanto, en toda circunstancia, cada uno debe
esperar, con la gracia de Dios, “perseverar hasta el fin” y obtener el gozo del Cielo,
como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de
Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que “todos los hombres se salven” (1Tim
2,4).
Santa Teresa de Jesús al respecto ensea: “Espera estar en la gloria del Cielo
unida a Cristo, su esposo: “Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la
hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo
cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más
mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y
deleite que no puede tener fin”. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros los
pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)