JESÚS DE NAZARET, SEÑOR DE LA HISTORIA
(Domingo XXXIV. T.O. Ciclo A)
24 noviembre 2002
“Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles con él, se
sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él
separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras...” (Mt.
25, 31-46)
Final del Año Litúrgico. Lo que hemos ido celebrando de modo fragmentario, al
menos en sus subrayados, hoy lo vemos de manera global. Todos los misterios de
Cristo componen el mismo y único misterio del Señor muerto y resucitado. Por eso,
hoy, en esta fiesta de recapitulación, la Iglesia, en su Liturgia, nos lo presenta
como Rey del universo. Es decir, como consumador de la historia, como su punto
final. Él es el anunciado, el preparado, el vislumbrado en el Antiguo Testamento. Él
es el cumplidor de todas las promesas, de todos los anuncios, de todas las
esperanzas. Es el Mesías, el Salvador. Él es el Señor de la historia, cuya plenitud
conseguirá al final de los tiempos. Se descubre así cómo sólo Jesús da sentido a la
andadura de la humanidad. Nos dice el Concilio Vaticano II: “El Verbo de Dios por
quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfecto, salvara a todos y
recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, el punto de
convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, el
centro de la humanidad, el gozo del corazón humano y la plenitud total de todas
sus aspiraciones” (GS 45.2)
Pero este, al que hoy contemplamos como señor de la historia y salvador de la
humanidad, es el Hijo del Hombre, el “Hombre perfecto”. Es decir, el que asumió
nuestra condición humana, haciéndose en todo semejante a nosotros menos en el
pecado. “Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, amó
con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de
los nuestros” (GS 22.2). Ha pasado de verdad por nuestra historia. No de visita y
de manera externa. Desde dentro. Compartiéndola apasionada y
comprometidamente. Hasta tal punto se ha identificado con nosotros que, desde
que se hizo hombre, el hombre se convirtió en lugar privilegiado para encontrar a
Dios. O, lo que es lo mismo, Dios y el hombre, en Jesús de Nazaret, se identifican.
Tiene lógica, por tanto, que, en el momento final y consumador de la historia, el
examen verse sobre el amor. Se trata, en definitiva, de comprobar si hemos
aceptado el estilo de vida de Jesús, que fue solidario con los necesitados. Al cielo se
llega pasando por la tierra. Todo lo que supondrá el final se tiene que anticipar lo
que podamos luchando en nuestro paso por la historia. Para resucitar y reinar, hay
que morir.
*El cristiano no huye del mundo. En medio de él, acompaña a todos en la tarea de
búsqueda que forma parte de la vida humana. Su corazón se ensancha para que
quepan todos, especialmente los más necesitados. Y lucha junto a ellos por un
mundo mejor. Creando espacios cálidos y fraternos en una sociedad injusta, anti-
fraterna e inhumana. “A mí me lo hicisteis...”
Miguel Esparza Fernández