XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
LA SOLEMNIDAD DEL NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
(Ezequiel 14:11-12.15-17; I Corintios 15:20-26.28; Mateo 25:31-46)
Tal vez el rey Juan Carlos es el hombre más conocido en el mundo hispánico. Su
papel es representar a España al mundo como una bandera viviente. Tiene muchos
títulos y, sin duda, un equipo de servidores. Sin embargo, vive en modo diferente
de los reyes en tiempos bíblicos. Entonces los reyes tenían la doble responsabilidad
de defender la nación contra enemigos externos y de conservar el orden interno.
Particularmente se preocupaban o, más bien, se suponían que preocuparse por los
pobres. El evangelio constata cómo Jesús cumple las tareas del rey antiguo.
Encontramos a Jesús regresando al mundo al fin de los tiempos. No estuvo en un
crucero por el Caribe. Más bien se fue a rescatar al mundo de las garras del mal. En
una victoria costosa, dio su vida para liberarnos del egoísmo que nos había tenido
presos. Por verlo colgado en la cruz nos damos cuenta de que vivimos no para
ganar la plata ni para aumentar el placer sino para servir al Padre. Por creer en su
resurrección realizamos la gracia para caminar en sus huellas.
Nosotros católicos sentiremos aliviados a encontramos a Jesús de nuevo. Pues,
mostrará que nuestra fe no ha sido en vano. Pero no mandará a todos nosotros a
entrar en su reino. Tampoco ocupará los criterios esperados para juzgarnos. No por
haber rezado, mereceremos la vida eterna sino por haber dado a comer a los
hambrientos, haber hospedado a los extranjeros, y haber visitado a los prisioneros.
Entonces Jesús especificará su razonamiento con más claridad. En haber tenido
cuidado de los necesitados, hemos atendido a él. Al mínimo, esto quiere decir que
por ayudar a los pobres, nos hemos hecho los instrumentos con que Jesús cumple
sus responsabilidades como rey.
Una pareja católica sirve el almuerzo a los desamparados en la misión evangélica
cada viernes. Ciertamente estos dos están dando a comer a los hambrientos. Otra
pareja cuidan en su casa veinticuatro/siete a varios menos capacitados por poco
dinero pero con mucho cariño. ¿Quién dudará que ellos estén hospedando a los
extranjeros? Un grupo de Cursillistas visitan la prisión estatal cada ocho días
compartiendo la Palabra de Dios con los encarcelados. Estos son sólo tres de un mil
millón de modos para ser los instrumentos del Señor.
Quedamos con la inquietud: “¿Por qué rezamos y recibimos los sacramentos si
vamos a ser juzgados por actos de caridad?” La respuesta debería ser obvia, pero
siempre la ignoramos. La oración y los sacramentos sirven como recursos para
recordarnos de la misericordia de Jesús y para pedirle la gracia a imitarla. A
menudo escuchamos una pregunta como: “¿Es posible ser bueno sin Dios?” La
verdad es que no vivimos muy rectos con Dios, y sin Dios nos caeríamos como si
estuviéramos tratando de correr con los pies atados. Los franceses en el siglo
dieciocho y los alemanes y los rusos en el siglo pasado han dado bastante
testimonio de la profundidad a la cual se hunde la sociedad sin una firme creencia
en Dios.
Un autor religioso escribe sobre su vida con menos capacitados. Le toca bañar,
vestir, y dar de comer a un joven epiléptico nombrado Adán. Dice que Adán le ha
enseñado “la paz que el mundo no puede dar”. Adán le demuestra que lo más
importante no es lo que logremos en la vida sino lo que somos. Le manifiesta que
somos imágenes de Dios no por la mente que resuelve problemas sino por el
corazón que, vaciado del orgullo, ama al otro. Finalmente, el joven le llama
atención al don de la comunidad porque como todos, pero de modo mucho más
obvio Adán no puede vivir sin la ayuda de los demás. Para este autor ayudar al
necesitado ha sido ayudar a Jesús. Es igual para todos nosotros, ¿no? Cuando
ayudamos al necesitado, ayudamos a Jesús.
Padre Carmelo Mele, O.P.