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XXXIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Viernes
Lucas 19, 45-48
Ustedes han convertido la casa de Dios en cueva de ladrones ”. Al llegar el
Seor Jesús al Templo y encontrarse con este “mercado”, se puso a echar del
recinto sagrado, látigo en mano, a todos los vendedores, cambistas y animales. La
razn de su proceder la daba Él mismo: “no conviertan en una casa de
mercancías la casa de mi Padre”.
Al referirse al Templo como “la casa de mi Padre” el Seor daba a entender
que Él era el Mesías pero además también el Hijo de Dios, en un sentido personal y
único. El celo del Señor Jesús por la casa de su Padre es un celo que lo devora , es
decir, su amor al Padre es tan fuerte e intenso que lo consume interiormente como
un fuego incontenible, un fuego que le lleva a purificar la casa de su Padre de todo
aquello que lo profana.
El templo de Jerusalén era en la mente del Señor figura y anuncio de otro
Templo no construido por manos humanas: el Templo de su propio Cuerpo. Este
templo, el templo de su Cuerpo es y será para siempre el verdadero Templo en el
que el creyente encuentra a Dios, el Templo perpetuo que lleva a plenitud la figura
del antiguo templo.
Hoy ese templo de Dios es Su Iglesia, el Cuerpo místico de Cristo. Este templo
lo formamos cada uno de nosotros, los bautizados, miembros del Cuerpo místico de
Cristo. A su vez hemos de entender que cada uno de nosotros somos templo vivo
de Dios: “¿No saben que son santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
ustedes? (…) ustedes son ese santuario” ( 1Cor 3,16-17).
Como Cristo que arrojó a los mercaderes del templo, ¿lo hago yo? ¿Reacciono
con celo contra todo vicio o pecado que descubro en mí, y que hace de esta “casa
del Padre” que soy yo mismo un “mercado”? ¿Qué debo hacer?
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)