XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Solemnidad. Jesucristo, Rey del Universo
TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A ROMA
Padre Javier Leoz
La expresión "todos los caminos conducen a Roma", proviene de la época del
Imperio donde se construyeron más de 400 vías -unos 70.000 kilómetros- para
comunicar la capital, Roma, considerada el centro donde convergía el poder del
imperio, con las provincias más alejadas. En muchas ocasiones estos caminos
fueron creados de forma espontánea por las propias legiones.
1. La fiesta de Cristo Rey, es el lugar donde converge todo aquello que hemos
vivido, celebrado, escuchado y sentido como creyentes durante el año.
-¿Ha conducido nuestra oración al conocimiento de Cristo?
-¿Nos ha llevado la eucaristía a un mayor arraigo en Jesús?
-¿Hemos sentido, en propias carnes, la llamada del Señor a ser colaboradores de su
Reino?
Si así ha sido, podemos decir que todo ha sido por Cristo, en Cristo y con Cristo.
¡Toda la misión de la Iglesia arranca y nos lleva a Cristo!
Desgraciadamente, no todos los caminos, conducen ni a Roma ni a Cristo. A
nuestro paso se abren muchos atajos por los que, queriendo o sin querer,
buscamos nuestros peculiares reinos (sin demasiadas exigencias) y lo efímero
(porque nos cuesta o dudamos en buscar y luchar por lo eterno).
2. “Dime de qué presumes, que yo te diré de qué careces” Cuáles son los valores
por los que nos empleamos a fondo? ¿Llevan el color del cielo o tan sólo el de la
tierra? ¿Están impregnados de santidad o de mediocridad? ¿Proclaman la verdad y
la vida o, tal vez, se dejan eclipsar por el engaño y la muerte?
Sigamos al gran Rey. Un Rey que nos presenta un Reino donde, la cruz, se
convierte en trono de prueba para aquellos que le siguen. Un Reino, donde la
corona de espinas, nos recuerda que el amor y el servicio son tarjetas de
presentación imprescindibles para entrar a formar parte del grupo de los vasallos
de Jesús. Un Reino en el que, la alegría de corazón, tiene prioridad sobre otras
sonrisas fingidas, forzadas o compradas por los poderosos del mundo.
¿Qué puestos añoramos? ¿Los del servicio o los del ser servidos?
¿Cómo llevamos las espinas que salen a nuestro encuentro por defender la causa
de Cristo? ¿Estamos alegres e ilusionados por ese Reino que fue la obsesión, la
locura y el vivir en un sin vivir de Jesús?
3. Lo dijo ya un escritor: “Cuando el amor es rey, no necesita palacio” (José
Narosky). Y, qué bien refleja esta sentencia la solemnidad que hoy celebramos: el
reinado de Jesús. El palacio de Jesús fue el amor y, sus habitaciones, los corazones
de la humanidad.
¿Cómo descubrir a un rey debajo de un rostro humillado? ¿Dónde su grandeza en
un cuerpo abatido? ¿Es en la cruz donde hemos de encontrar acaso su trono? ¡Así
es! ¡El amor es el rey y el secreto del gran Rey que es Cristo!
Santa Teresa, contemplando al Señor, llegó a dejarnos esta bonita perla:
“Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tuvo casa, sino en el portal de Belén
donde naci y la cruz donde muri”.
4.- Al celebrar esta festividad meditamos todo lo que hemos descubierto respecto a
Jesús con su Palabra, desde la caridad, la eucaristía o caminando como peregrinos
ayudados y animados por la gran familia que somos toda la Iglesia que, en medio
de vicisitudes pero con claridad, proclama: ¡TU, SEÑOR, ERES NUESTRO REY! Por Ti
y para Ti nuestro esfuerzo, nuestra alabanza, nuestro seguimiento y nuestra vida,
nuestra fe y nuestra entrega.
Sí, Seor, hoy más que nunca… VENGA TU REINO! VEN, SEÑOR, Y NO TARDES
MÁS!
5.- QUIERO PARECERME A TI, MI REY
Que mis caminos, de palabra y de obra,
empiecen y acaben en Ti.
Sabiendo que, contigo, todo acabará bien:
en victoria y en triunfo seguro
con amor, frente al odio
desde el servicio, antes que el egoísmo.
QUIERO PARECERME A TI, MI REY
Extendiendo la inmensidad de tu Reino
en cada una de las almas
allá donde alguien te busque
en el rincón donde, la necesidad, apremie
Allá donde, el dolor del hombre,
busque y reclame respuestas supremas
Allá donde, la orfandad de la humanidad,
necesite de una mano que la proteja
la sostenga, la levante y la dignifique
QUIERO PARECERME A TI, MI REY
Y, cuando la cruz asome en el horizonte,
agarrarme a ella con la obediencia de la fe
Derramando desde ese trono de madera
mi vida y mi valor, mi esfuerzo y mi generosidad
Derramando como Tú, oh Señor,
palabras de aliento y de consuelo
ánimo, valor y esperanza
QUIERO PARECERME A TI, MI REY
Y, al contemplar tu poder y tu reinado
saber que, no hay nada en el mundo,
comparable a lo que Tú me ofreces:
tu Verdad, tu Camino y tu Vida
Dueño, Rey y Señor de la historia
ayúdame a ser entusiasta y vasallo de tu Reino
Que ningún otro tesoro, reluciente al ojo humano,
me aparte de Ti…oh Rey soberano
Amén.