Comentario al evangelio del Martes 22 de Noviembre del 2011
Queridos Amigos:
Continuando el pasaje evangélico de ayer, el autor sitúa a Jesús en el templo anunciando la destrucción
del mismo y el advenimiento de grandes desastres humanos y naturales. Todo ello debe de ocurrir
antes del fin (Lc 4, 5-11).
Una lectura de tipo fundamentalista nos llevaría -sin dudas- a una visión muy catastrófica del mundo,
del hombre y su destino. Reforzaría esta idea el hecho de que se observan en la vida diaria hechos
semejantes a los que menciona. Es difícil compaginar esta interpretación literal con la enseñanza de un
Dios-Amor. Tal vez muchas veces nos lo hemos preguntado (creo que con legítimo derecho): “¿dónde
estabas Dios cuando…?” y un largo etc.
Pero la idea del texto no es anunciarnos una serie de cataclismos que destruyan la vida. Porque la
Biblia no es un libro “mágico”; ni tampoco un manual del orden del universo. Como bien me decía un
amigo -al comentarle al respecto-, la intención del texto radica en los “cataclismos interiores” que a
veces necesitamos experimentar. Ocasiones en las que nos encontramos al límite y tomamos mayor
conciencia de las realidades de las cuales formamos parte o de aquellas que nos rodean. Es decir,
reconocer en nosotros todo aquello que no es cristiano, hacerlo desaparecer, morir, y hacer espacio
para que surja algo nuevo… Escribirlo resulta mucho más sencillo que vivirlo así como “desaprender”
puede ser más complejo que “aprender”. No obstante, cuestionarnos y dejarnos interpelar por el
mensaje de Jesús puede ser el primer paso del camino. En realidad, cuando acogemos su Palabra en
profundidad desaparece nuestro “viejo mundo” personal y todo se hace nuevo.
Pidamos a Dios que nos conceda la gracia necesaria para buscarle y encontrarle en la vida diaria, aún
en las situaciones que nos pueden resultar desagradables y dolorosas. Los dolores de este mundo –dijo
un gran pensador- no son de muerte, sino de parto.
Silvia Ugarte