I Domingo de Adviento B
“Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos:¡velad!”
Comenzamos hoy un nuevo Año Litúrgico, y el tiempo de Adviento. Jesús nos repite
con insistencia: “Vigilad, velad”. Es una clara llamada a despertar de la rutina, a
salir de lo de siempre, abriéndonos a la esperanza para avanzar en nuestra vida de
fe.
Como creyentes es muy fácil ir por un camino más o menos trillado, repetir una y
otra vez lo mismo, practicar una religin “rutinaria”, haciendo lo que hacen todos,
que da tranquilidad pero no vida. Jesús insiste en la necesidad de estar en vela,
porque habla de su venida y “no sabéis cuando es el momento”. Hay que velar y
abrirse al sentido de Dios y de los hombres.
El Adviento nos habla de la venida de Cristo en un primer momento en Belén. Que
continuamente está viniendo en nuestra vida, y que vendrá al final de los tiempos
para dar plenitud a su obra de salvación. El ha venido ya. Más que esperarlo es
acogerlo. La fe nos de una visión nueva de la realidad: nos hace discernir la
presencia de Dios, de Cristo en la realidad de la vida, en el hermano, en la
sociedad, en la historia.
A nosotros tan imperfectos y limitados, la Palabra de Dios nos llama a la esperanza,
a la confianza, porque a pesar de que fallamos tantas veces, Cristo sigue siendo
fiel, sale a nuestro encuentro, porque “no ha venido a llamar a los justos sino a los
pecadores” (Mt 9, 13). Así lo presenta Isaías en la primera lectura: “Todos éramos
impuros, nuestra justicia era un pao manchado… Seor, tú eres nuestro padre,
nosotros somos la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tus manos” (Is 64,
5. 7). Somos nosotros los que estamos distraídos y ocupados en mil cosas,
satisfechos con cuatro rutinas y no lo descubrimos presente en nuestras vidas para
encontrarnos con El, ya que viene en ese momento, donde estoy, en lo que hago, si
mi corazón está dispuesto para acogerle. Esta llamada a amar, a ayudar, a luchar
por el bien y la justicia, es El que nos invita a reavivar nuestra fe para vivirla mejor
y con más entusiasmo, no tan adormecida.
La fuerza infinita del amor de Dios, manifestado plenamente en Cristo, tiene una
potencia sin límites. Pero el amor sólo tiene efecto si es aceptado con gratitud y
sencillez. El amor es oferta, no imposición. Querer forzar una respuesta de amor es
hacerlo imposible, porque el amor supone la libertad de la respuesta. El Adviento
nos abre las puertas del amor de Dios. Por eso en medio de nuestras dificultades y
angustias, se nos ofrece nuevamente la recuperación, la paz, la reconciliación,
porque Dios es Padre fiel que nos ha enriquecido ya con su amor.
La insistencia de Jesús en la necesidad de estar en vela, nos urge a no quedarnos
demasiado satisfechos con lo ya conseguido, sino a mirar adelante con ilusión y
valentía, a seguir caminando, porque hay mucho que conquistar todavía, en
nuestra vida personal y en la implantación del Reinado de Dios que es
transformación, purificación y renovación de este mundo.
Vigilar significa estar atentos, salir al encuentro del Señor, que quiere entrar, este
año más que el pasado, en nuestra existencia, para darle sentido total y salvarnos.
Cada vez que celebramos la Eucaristía miramos al pasado, porque es el memorial
de la muerte salvadora de Jesús. Pero también miramos hacia delante: “Mientras
aguardamos la gloriosa venida de nuestro Seor Jesucristo” Vivimos el presente
porque se nos da “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Y en el
centro de cada Eucaristía proclamamos: “Ven, Seor Jesús”. La Eucaristía es el
signo más concreto y eficaz de la presencia salvadora del Señor en nuestras vidas.
Siempre que celebramos la Eucaristía, la actitud de vigilancia tiene que ser
fundamental, un Adviento gozoso y comprometido.
Joaquin Obando Carvajal