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Tiempo de esperar con esperanza
Domingo 1º de Adviento. Mc 13,33-37
27 de noviembre de 2011
Ha llegado el momento de recomenzar. Así cada año al inicio de nuestro año cristiano con estas
semanas que nos adentran y preparan como tiempo fuerte para ese otro tiempo de gracia que es la
Navidad. Pero es preciso que tal adentramiento tenga que ver con nuestra vida real, que haya una
correspondencia entre lo que esperamos de veras y lo que se nos está prometiendo. Las palabras que
envuelven la Palabra de Dios de este primer domingo de adviento son la espera y la vigilancia. Una espera
que nos asoma al acontecimiento que –lo sepamos o no- aguardamos que suceda, y una vigilancia que
nos despierta para no estar dormidos cuando le veamos pasar. ¿Cómo estaba la gente que, por primera
vez, se las tuvo que ver con eso que nosotros hoy llamamos adviento? Había un gran grito que colgaba en
sus gargantas: necesitaban algo nuevo, Alguien nuevo. Efectivamente, necesitaban abrazar una novedad
que les arrebatase de sus zafiedades vulgares, de sus encerronas sin salida, de sus dramas insolubles, de
sus trampas disfrazadas, de sus odios y tristezas, de sus errores y horrores...
Alguien que de verdad fuese la respuesta adecuada a sus búsquedas y anhelos. Era el primer
adviento, la sala de espera de Alguien que realmente mereciera la pena y les soltase la cautiva posibilidad
de ser felices. ¿Cabe esperar a Alguien que en el fondo esperan nuestros ojos, oídos y corazón... o tal vez
ya estamos entretenidos suficientemente como para arriesgarnos a reconocer que hay demasiados frentes
abiertos en nosotros y entre nosotros que, precisamente, están reclamando la llegada del Esperado?
El adviento que hoy comenzamos es una pedagogía de cuatro semanas que nos acompañará hasta
la Navidad. Irán apareciendo los temas y los personajes con los que el evangelio de cada domingo nos
invitará a esperar vigilando. “Vigilad”, dice Jesús en el evangelio de este domingo, porque el que ha venido
hace veinte siglos y ha prometido volver al final de los tiempos, llega incesantemente al corazón y a la vida
de quien no se cierra. Vigilad, es decir, entrad en la sala de espera del adviento, poned vuestras preguntas
al sol, porque va a venir Aquel que únicamente las ha tomado en serio y Aquel que únicamente las puede
responder: Jesucristo, redentor del hombre. Vigilad, estad despiertos, la espera que os embarga no es una
quimera pasada y cansada sino la verdadera razón que cada mañana pone en pie nuestra vida para
reconocer a Aquel que cada instante no deja de pasar. Por eso no repetimos cansinos viejos ritos que no
nos dicen nada ya, sino la novedad eterna que nos regala este tiempo de esperanza y espera.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo