“Gracias a la constancia salvarán sus vidas”.
Lc 21, 10-19
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
NI UN CABELLO DE VUESTRA CABEZA SE PERDERÁ
En el fragmento evangélico que acabamos de leer hemos oído dos veces la expresión «por
causa de mi nombre». Más adelante, hemos oído afirmar a Jesús: «Yo os daré un lenguaje
y una sabiduría». Las exhortaciones de Jesús, que tienen un pronunciado carácter
profético, tienden a liberar a los testigos de preocupaciones excesivamente humanas,
personales, para concentrar su atención en su nombre, esto es, en su persona y en lo que
él está dispuesto a hacer en su favor.
Es así como podemos captar el valor específico del testimonio cristiano: éste vale no tanto
por lo que las personas sepan o puedan expresar como por el don divino que, a través de
su Palabra, se manifiesta. El testigo se convierte entonces en signo concreto y manifestador
de una presencia superior; sus palabras transmiten un mensaje divino; su martirio es
prolongación del martirio de Jesús.
Para esta prueba extrema que es el martirio, se les asegura a los testigos la presencia
consoladora de Jesús, que no sólo los hace extraordinariamente elocuentes, sino, en cierto
modo, también invulnerables: «Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá». Esta divina
seguridad encontrará amplia confirmación en el martirologio cristiano: no sólo en el que
aparece en los Hechos de los Apóstoles, sino también en el que caracterizará de modo
particular la historia de la Iglesia de los primeros siglos.
Podemos constatar, por tanto, que el martirio, en el marco de la historia bíblica y cristiana,
caracteriza a la comunidad de los creyentes tanto del Antiguo (basta con pensar en el
martirio de los siete hermanos Macabeos y en el de su madre) como del Nuevo
Testamento.
ORACION
Oh Señor, tú que eres «el Sufridor» por excelencia, ayúdanos a comprender que de la
fidelidad a nuestra misión brota la disponibilidad al sufrimiento: sufrir para ser fieles a
nuestra propia vocación o, mejor aún, a ti, que nos has llamado por nuestro nombre. Sufrir
no como masoquistas, sino para llevar a cabo un designio de liberación en favor de los
hermanos y para tu gloria. Sufrir para ser coherentes con un plan de valores, pagando con
la rebelión de nuestras pasiones y con el rechazo de quienes no piensan como nosotros.
Sufrir convencidos de que podemos y debemos eliminar el sufrimiento inútil sustituyéndolo
por un sufrimiento consciente y paciente.
Sólo así tendremos esa paz que simboliza el mar de cristal y se ofrece a quien, tras haber
pasado por el fuego de la prueba, sale de él purificado y renovado. Oh Señor, da vigor a tus
promesas, haznos perseverantes en tu amor, tú que eres el Dios fiel.