“tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación”
San Lucas 21, 20-28:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
ANUNCIAR, PROMETER Y DAR LA LIBERACIÓN-REDENCIÓN
Como hemos indicado un poco más arriba, Lucas señala en este fragmento de su evangelio
las etapas principales de la historia de la salvación: el tiempo de la antigua alianza, el
carácter central de la nueva y el momento de la parusía final. Con razón, por tanto, se ha
calificado al tercer evangelista de teólogo de la historia de la salvación. Si, además de esto,
recordamos que Lucas es el único de los evangelistas que ha sentido la necesidad de
escribir los Hechos de los Apóstoles como continuación del tercer evangelio,
comprenderemos cuál ha sido el designio unitario que ha concebido y llevado a cabo; para
él, evangelista, ha significado ponerse al servicio de una obra evangelizadora que parte,
ciertamente, de la historia de Jesús, pero que no puede dejar de abarcar también la historia
de sus testigos de la comunidad cristiana de los primeros y de todos los tiempos.
También hoy se habla mucho de «evangelización», en ocasiones incluso de «nueva
evangelización»: términos todos ellos apropiados y más que legítimos, a condición, no
obstante, de que la obra de la evangelización sea reconducida a su centro neurálgico, que
es el gran acontecimiento de la pascua de Jesús, y de que sea concebida como simple y
lógica continuación de ese evangelio viviente que ha sido la persona misma de Jesús. Sólo
así podrá la evangelización anunciar, prometer y dar la liberación-redención de la que habla
el fragmento evangélico de hoy y que corresponde a una nueva creación. Jesús, en efecto,
ha venido para liberar al hombre del pecado y para hacerle recuperar la frescura de la
imagen primitiva de Dios; volverá al final para crear unos «cielos nuevos y una nueva
tierra», pero, sobre todo, para perfeccionar en el hombre la imagen divina originaria.
ORACION
«No temáis las amenazas ni os dejéis amedrentar. Dad gloria a Cristo, el Señor, y estad
siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida explicaciones»
(1 Pe 3,14-15).
Es la esperanza lo que me proporciona el valor para buscar mundos nuevos y para remover
capas de escombros y de hábitos que me incrustan y me entierran en seguridades
precarias. La esperanza de alcanzarte me hace que no desista nunca y me infunde el coraje
necesario para seguir adelante a pesar de mis debilidades.
Es la esperanza lo que moviliza todos mis recursos para alcanzar la meta que tú me has
reservado, para luchar contra una existencia incolora que, poco a poco, nos va achatando y
paralizando. La esperanza de reconocerte, porque la vida se renueva y no se repite nunca
cuando se abre a ti y se inspira en el Evangelio.
Es la esperanza lo que me da la fuerza necesaria para mantener viva mi luz, para no
«rehacerme» como otros me quieren, vagando sin identidad y cerrado a la gracia. La
esperanza de verte y quedar maravillado.