I Domingo de Adviento, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
DOMINGO
Abrimos con gozo, el nuevo año litúrgico, con este hermoso tiempo de Adviento.
Tiempo fuerte y maduro de experiencias bíblicas y mística de siglos, pero no
acabado, sino siempre creciendo con una tradición eclesial viva. Preparación
próxima a la Navidad. La liturgia de todo este tiempo, nos va situar entre el anuncio
de la venida del Mesías y su cumplimiento, primera venida que constituyen el
pasado, y la segunda venida del Señor, que esperamos en el presente. El trabajo
de la espera, consistirá en ir construyendo el Reino de Dios entre los hombres, en
este tiempo de la Iglesia. La salvación hoy es un continuo Adviento, es decir, una
venida del Señor a nuestra vida personal y familiar, eclesial y social en su Palabra,
en la Eucaristía, en la comunidad eclesial y en la oración diaria. La oración, es el
espacio vital del encuentro con Dios que vino, viene cada día y vendrá. Durante los
domingos de todo este año litúrgico, nos acompañará el evangelista San Marcos.
Lecturas:
a.- Is. 63, 16-17; 64, 1. 3-8: Ojalá rasgases el cielo, Señor y bajases
El profeta Isaías, nos presenta al pueblo de Israel, una vez que regresaron del
destierro, que reflexiona sobre su historia y cómo Yahvé los libertó de Egipto bajo
la guía de Moisés, y ahora, es un pueblo alejado del Señor. El profeta guiado por el
Espíritu de Dios, ora, de tal modo que pareciera un preludio de la oracin del “Padre
nuestro” que el Hijo de Dios enseará a sus discípulos en la plenitud de los tiempos.
Clama a Yahvé y lo denomina “Padre nuestro” (v. 16 y v.7). Reconoce, que Dios ha
obrado como Padre, y le pide que nuevamente abra sus entrañas de misericordia
hasta exclamar: “Somos desde antiguo gente a la que no gobiernas, no se nos
llama por tu nombre” (v. 19). Como arcilla en sus manos, Israel es su obra, el
alfarero siempre es Yahvé. Es una oración, grito angustiado de quienes ven, como
repatriados, ven lejanos los días de la intervenciones salvíficas de Dios y sus
gloriosas intervenciones del pasado. ¿Por qué los deja errar? Es la visión
geocéntrica, que más que mirar el pecado, se fija en la relación del hombre con la
voluntad de Dios. El profeta sabe que la salvación viene sólo de Dios y por ello con
angustia exclama: “¡Ah si rompieses los cielos y descendieses ante tu faz los
montes se derretirían!” (v. 19). Anhela que se repita la teofanía del Sinaí, donde
Dios se manifestó y descendió en medio de un fuego abrasador haciendo
estremecer los montes. Ahora a diferencia de aquella epifanía, se acercan a Dios
para confesar su pecado y el de su pueblo, su lejanía de la voluntad divina, la
vaciedad de una vida marchita como hojarasca que el viento arranca del suelo vital.
Reconocen que sólo Yahvé es su Padre, arcilla en manos del alfarero. Cinco siglos
más tarde, Dios descenderá al seno de una Virgen, cumplimiento de esta profecía.
b.- 1 Cor. 1, 3-9: Aguardamos la manifestación de nuestro Señor.
El apóstol Pablo, da gracias a Dios por todo el conocimiento y palabra que el
cristiano posee, don del Padre, para consolidar en nosotros el testimonio de Cristo.
No falta nada al cristiano para esperar con fe, la manifestación definitiva del Señor
Jesús. Más aún, ÉL nos confirmará hasta el día de su regreso, nos mantendrá
irreprensibles. La fidelidad de Dios Padre, consiste en que nos abre a la comunión
que vive con su Hijo Amado. Esos dones (vv. 4-6), se deben sólo a la benevolencia
divina, hay que contar con su fidelidad a fin de conseguir la salvación cuando
regrese en Señor Jesús (vv.7-9). Desde el comienzo Pablo, hace ver a los corintios
que no es el empeño humano, sino en la gracia de Dios en la cual deben colocar
toda su confianza. El primero de estos dones que destaca el apóstol es la gracia que
les ha sido otorgada en Cristo Jesús, lo que incluye todos los dones que han
obtenido al convertirse al Señor Jesús, su incorporación a ÉL, pero es también
Cristo quien se los ha merecido (cfr. Rom.6, 2-11; 3, 24-25). Luego concretiza, aún
más esta gracia por medio de la palabra y el conocimiento, es decir, con el
evangelio y la profundización de esa doctrina, firmemente consolidado en la
comunidad eclesial (cfr. Gál.6,6; Ef.1,13; 1Tes.1,6). También lo podemos entender
esta palabra y conocimiento en el sentido de logros intelectuales y cultivo literario,
verdaderos carismas dentro de la Iglesia de Corinto, fruto maduro del testimonio de
Cristo, en proporción a su fe y a la entrega al Evangelio (cfr.1Cor. 12,28; 14,26;
Gál. 3, 2-5). Como han sido enriquecidos con todo carisma (v.5), el apóstol apunta
hacia el juicio final o triunfo definitivo de los buenos, regreso que los cristianos
deben esperar confiados, pues ÉL es fiel, los ha llamado a la fe, les ha concedido
todos esos dones, no dejará de terminar su obra, guiándolos hasta la glorificación
final (vv.7-9). Es una constante del apóstol, recordar en sus epístolas la parusía,
ser hallados irreprensibles y que Dios es fiel a sus promesas (cfr. 1 Cor. 13,11-12;
Flp. 1, 1; 1 Tes. 3,13; 5,23; 1Cor. 10, 13; 1 Tes. 5,24; 2 Tes. 3,3). Participar en la
“comunin con su Hijo” (v.9), es quizás la mejor definicin que el discípulo puede
encontrar de su ser y estar en Cristo, se trata de la íntima comunión con ÉL (Rom.
6, 3-11; 8,17; Gál. 3,26-28).
c.- Mc. 13, 33-37: Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el
momento.
El evangelio se abre con un categrico “estad alerta” (v.33) y concluye con un
mandato: “velad” (v. 37). El evangelio es una invitacin a la vigilancia activa, el día
y la hora del regreso del Hijo del hombre, sólo la conoce el Padre. La amonestación
de Jesús a los doce, es para los cristianos de todos los tiempos. Sus palabras
pretenden formar, instruir a los discípulos y no sólo informarles y lo hace con una
exhortación apremiante. La parábola habla del dueño de casa se ausenta y deja los
trabajos distribuidos a sus siervos. Les recomienda que estén atentos, vigilantes,
porque no saben cuando regresará. Al portero, le encarga que vele por su regreso.
La vigilancia se convierte en una actitud equilibrada entre un fatalismo incontrolado
y fantástico, y una falta de compromiso irresponsable, todo en vista de un mundo
transformado por la presencia del Reino de Dios. En esta parábola, encontramos
que Jesús, es el Señor de la casa, dada la importancia que el evangelista da a esta
realidad, sería Él quien se ausenta. Se reconoce también en ella, la comunidad
eclesial y a los responsables de ella, investidos de autoridad, incluido el portero. La
espera y la esperanza se asumen con responsabilidad, compromiso de amor y
desde el propio ámbito de acción. No se puede delegar esta actitud en el portero,
aunque se le mande estar atento al regreso de su señor (v. 34).
La mención de las cuatro vigilias de la noche, modo de medir el tiempo por los
romanos, nos habla que el evangelio está destinado a los paganos, y que en todos
esos momentos viene el Señor Jesús. Queda prohibido el adormecerse, la
indiferencia culpable e irresponsable, el abandono de la fe, el olvido de Cristo y sus
requerimientos. La espera es una actitud responsable, saludable, una disposición
permanente que no resigna sino con una fe ardiente, una esperanza cierta, una
voluntad que concentra su amor en la persona de Jesucristo y su salvación acogida
en el día a día. Así como Marcos usa el presente para anunciar su evangelio que
alcanza a todos los hombres, es también posible leer su discurso escatológico en
todos los tiempos hasta que se cumpla al final de ellos, es decir, Jesús está
viniendo continuamente, así común su vida pública fue una eclosión hasta el final
de esa. El evangelista, cuando piensa al dueño de casa, está pensando en
Jesucristo y su comunidad; la vigilancia, el estar alerta, se extiende a todos los
tiempos. La insistencia se había manifestado cuando Marcos, enseña que nadie
sabe ni el día ni la hora en que el Hijo vendrá, ese dato pertenece al misterio del
Padre (cfr. Mc. 12, 32). El discurso escatológico, mensaje de Jesús, para responder
a las inquietudes de los discípulos para después de Pascua. Mientras se aferran a
las instituciones religiosas tradicionales, Jesús les deja en claro que ya no tienen
importancia, como la caída del templo, fin de todo para ellos. El final de los tiempos
es secreto del Padre (cfr.Dn. 2, 28), su misterio, no del Hijo, a quien corresponder
transformar el mundo. El llamado a la vigilancia se abre del grupo de los Doce (cfr.
Mc. 13,1. 5) a un horizonte amplio que incluye a todos (v. 37). Vigilar y esperar
para acoger Aquel que vino, viene y vendrá al término de tu vida y al final de los
tiempos.
Isabel de la Trinidad, profeta de lo invisible, nos introduce en el alma de la Virgen
del Adviento en la espera de su Hijo. Escribe a su hermana Margarita que espera un
hijo, la comparacin es admirable, por lo vital y espiritual: “Déjate poseer, déjate
invadir por su vida divina para comunicársela a esa querida y pequeña criatura que
vendrá al mundo llena de bendiciones. Reflexiona sobre lo que pasaría en el alma
de la Virgen cuando, después de la Encarnación, poseía en Ella al Verbo encarnado,
al Don de Dios. En qué silencio, en qué adoración y recogimiento se sumergía
dentro de su alma para estrechar cariñosamente a aqul Dios de quien era su
Madre” (Cta.159).