DOMINGO 1º DE ADVIENTO (B)
Lecturas: Is 63,16-17; 64,1.3-8; S 79; 1Cor 1,3-9;
Mc 13,33-37
Homilía por el P. José Ramón Martínez Galdeano
S.J.
Vigilen, que Él viene
Una de las características necesarias para la
lectura inteligente de la Sagrada Escritura es leerla
iluminando la vida con su luz. Sólo proyectándolo
sobre nuestra vida y nuestra circunstancia, el texto
adquiere claridad y fuerza para conocer y obrar bien
en situaciones concretas. No atenerse a esta regla es
desvirtuar a la Biblia de su eficacia.
Empezamos hoy un período preparatorio para la
Navidad. La Iglesia usa los textos hoy leídos para
indicarnos cómo debemos prepararnos ahora para ese
gran acontecimiento próximo. Pueden resumirse así:
La primera lectura es una oración que recuerda la
liberación de Egipto y pide a Dios que venga otra vez.
La segunda alude a los grandes dones y carismas
espirituales que Dios ya ha dado a los Corintios y
quiere seguir dándoles; dones semejantes nos ha dado
Dios a nosotros y quiere seguir dándonos. El evangelio
avisa de la constante vigilancia con que necesitamos
vivir, pues no sabemos cuándo llegará Cristo a juzgar
ni a salvar. Jesús se refiere directamente al fin del
mundo; pero la Iglesia recuerda que la vigilancia es
una necesidad normal de la vida cristiana. Dios viene
por sorpresa, es una constante en Él, hay que estar
atentos, “temo a Jesús que pasa” –dice San Agustín–.
Esta Navidad puede llegar a ti con dones muy grandes;
¡vela!, no sea que pierdas una oportunidad preciosa.
La riqueza de la Navidad es el mayor
acontecimiento de la historia. Podría pensarse en el
final de la última guerra mundial, en la emancipación
del Perú y aun de toda América. La importancia de la
Navidad es infinitamente mayor; ha hecho de la
historia del hombre una “historia de salvacin”. Esto
significa que Dios salvador es un actor interno dentro
de la historia del género humano; no está al margen
más allá de las galaxias ni meramente contemplando,
sino que ha intervenido ya y sigue interviniendo.
Entendamos bien. El Hijo de Dios ha tomado carne en
el seno de la Virgen María, ha predicado el Evangelio,
ha fundado la Iglesia católica, que está presente y
actúa hoy. Y todavía hay algo más transcendental, que
es el fin de todo ello. Porque aquella historia de hace
2.000 años ha de hacerse historia en cada uno: Cristo
ha de nacer, morir y resucitar en cada uno de
nosotros.
La historia, comenzada en la primera Navidad,
se repite hoy. Hoy en el interior de cada uno, gracias a
la Iglesia que mantiene y amplifica la presencia y
acción salvadora de Cristo, Jesús sigue naciendo, sigue
anunciando su Evangelio, sigue curando y perdonando,
sigue llamando, muriendo y resucitando. Vigilar es
estar atentos a todo lo que hoy Cristo realiza en el
espíritu de cada uno; porque Cristo resucitado está
vivo y sigue actuando en la Iglesia y en nosotros.
Vigilar es advertir, darse cuenta de esta presencia
continua del Espíritu de Cristo y de su acción en
nuestra mente y nuestro corazón.
Vigilamos si no olvidamos que el Espíritu de
Cristo está presente en nosotros cuando, haciendo un
acto de fe, le ofrecemos una obra buena hecha de la
forma más perfecta posible y con el mayor interés y
alegría por ser para él; cuando le pedimos su luz y su
ayuda para ello y para hacerlo con el mayor amor
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posible para con Dios y con el prójimo. Estamos
vigilantes cuando tenemos buen cuidado de que
egoísmos, presunciones, orgullo infantil y otros
instintos malsanos de nuestra alma los rechazamos en
la medida de nuestras posibilidades. Estamos
vigilantes cuando en la escucha o la lectura de la
Palabra somos conscientes de que es la Palabra de
Dios y nos hace revisar nuestra vida y advertimos los
puntos en que nos desviamos y bajo la luz del Espíritu
tratamos de corregirnos. Vigilamos cuando al toque
caemos en cuenta de que hemos fallado en algo, aun
pequeño, que nos impide ser del todo como Cristo.
Acostumbrémonos a velar como los pastores;
seremos invitados a Belén y la alegría del Espíritu nos
inundará. Repitamos por eso la oración de Isaías:
“¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los
montes con tu presencia! Jamás oído oyó ni ojo vio un
Dios fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en
él. Sales al encuentro del que practica gozosamente la
justicia y se acuerda de tus caminos”.
El adviento y la Navidad son tiempos de gracia.
Estemos atentos a lo que Dios inspira y hace en
nosotros, en los que nos rodean, en toda la Iglesia:
“En mi accin de gracias a Dios –hemos escuchado a
Pablo– les tengo siempre presentes por la gracia que
Dios les ha dado en Cristo Jesús (se habían convertido
por la predicación de Pablo). Pues por él han sido
enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber
(también ustedes lo serán, si se mantienen abiertos a
la acción de Dios). El testimonio de Cristo se ha
confirmado en ustedes, hasta el punto de que no les
falta ningún don a los que aguardan la manifestación
de nuestro Señor Jesucristo. El los mantendrá firmes
(es decir “les seguirá ayudando con su gracia”) hasta
el final, para que no tengan de qué acusarlos en el día
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de la venida de nuestro Señor Jesucristo. Porque Dios
es fiel, y Él los llamó a vivir en comunión con su Hijo,
Jesucristo Seor Nuestro”.
Que esta comunión con Cristo crezca en
ustedes; les hará crecer en la comunión con su familia
y con todos los hombres sus hermanos.
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