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HOMILÍA
1° DOMINGO ADVIENTO CICLO B
Lecturas Bíblicas:
Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7
1ª Carta de san Pablo a los cristianos de de Corinto 1, 3-9
Evangelio según san Marcos 13, 33-37
EXPECTANTES DEL REGRESO DEL SEÑOR
Este domingo, con el Tiempo de Adviento, que nos prepara para la Navidad,
damos inicio a un nuevo año litúrgico.
Nos podríamos preguntar sobre el por qué de este sucederse cíclicamente,
año a año, de Advientos y Navidades, Cuaresmas y Pascuas. Si la liturgia tiene
con fin poner a la Iglesia en contacto con los misterios de Cristo para recibir
de ellos la gracia particular de cada misterio, esa gracia particular que para la
Navidad es la de un nuevo nacimiento de Jesús en nosotros. Si éste es el
propósito de la liturgia, entonces está claro que la gracia particular de los
distintos misterios y momentos de la vida del Señor se debe renovar para los
distintos momentos y etapas de nuestra vida.
Bien sabemos que a medida que crecemos y va pasando nuestro tiempo
biográfico, vamos cambiando; diversas expectativas, logros, pérdidas nos
afectan. En definitiva, cada momento que pasa nos reconocemos a la vez
idénticos pero también cambiados. Hay una gracia particular de los distintos
misterios de Cristo reservada para cada paso del camino de nuestra vida.
Acompañándonos en ese peregrinar, la liturgia nos pone cada año en
contacto dinámicamente con los misterios del Señor que vamos celebrando.
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No se trata de una mera conmemoración o recuerdo sino de una
actualización, como un cierto traer del pasado y hacer vivo, actual y operante
el misterio, la acción salvífica de Nuestro Señor, que cuando fue realizada por
Jesús lo fue con una potencia que trascendía ese momento fontal y se
proyectaba con eficacia hacia el futuro. Dependerá de nosotros apreciar ese
don que el año litúrgico nos renueva cada año, abrir el alma a esa gracia y
dejar que ella nos llene y concrete su eficacia en nosotros.
Si esto es verdad para todos los misterios de Cristo, ¿cuál es la gracia especial
de cada Navidad? Que el nacimiento de Cristo se actualice. Que el Señor
vuelva a nacer en la Iglesia, en el mundo, en mí. Hoy, nuevamente, en este
2008.
Íntimamente vinculado a la Navidad, que le da sentido, está el tiempo
preparatorio o propedéutico del Adviento. Su sentido será, y nos concede
una gracia para ello, el de ayudarnos a nuestra disposición para recibir a
Jesús que quiere nacer de nuevo en nosotros en la próxima Navidad.
El Adviento, siendo un período breve de pocas semanas, con todo evoca el
largo período de la historia en que la humanidad, y sobre todo a través de la
esperanza del Pueblo de Israel, se preparó para la primera venida del
Salvador.
En esa plenitud de los tiempos, hace dos mil años, el Señor vino al mundo,
sucedió el acontecimiento más importante de la historia, cual fue la
Encarnación del Verbo de Dios, cuando el Hijo único de Dios se hizo hombre.
Desde entonces, Él está presente entre nosotros y el reino de Dios fue
plantado y se desarrolla como una semilla que germina y crece y madura
hasta la plenitud de un reencuentro con el Señor al fin de los tiempos.
Por eso, los cristianos nos definimos por la expectativa de ese reencuentro ,
por la esperanza de esa otra visita de Jesús al fin de los tiempos que
llamamos su segunda venida. La añoramos con ilusión porque Jesús ya no
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vendrá para sufrir la Pasión y Muerte; Cristo Resucitado retornará para
manifestar sin tapujos su victoria sobre el mal y sobre la misma muerte.
Por ello, como los cristianos del tiempo de san Pablo (y en la segunda lectura
del día, el apóstol exhorta a los corintios a mantenerse firmes e
irreprochables aguardando el día final de la manifestación de Nuestro Señor
Jesucristo), también los cristianos del siglo XXI aguardamos su venida con
esperanza y con un anhelo que anticipa el gozo el reencuentro final con el
Señor. Podríamos, en este sentido, decir que el cristiano es un adviento vivo .
Y en el camino hacia el reencuentro con el Señor, cada año, al renovar
litúrgicamente el Adviento y Navidad, con la actualización de la gracia propia
de estos tiempos litúrgicos, nos esmeramos en mejorar las actitudes de esta
espera del Señor.
En el evangelio según san Marcos, a quien seguiremos de forma continua
durante este ciclo del año litúrgico que iniciamos (Ciclo B), el capítulo 13
comprende el discurso escatológico de Jesús, cuya parte final es la parábola
que proclamamos hoy (Mc. 13, 33-37). Ésta tiene sus textos paralelos,
aunque de modo más simplificado en san Marcos, en los evangelios según
san Mateo y san Lucas, muy parecidas entre ellas estas dos versiones (Mt.
24,45-51 y Lc. 12, 42-48).
Esta parábola es una exhortación dirigida por el dueño de casa a sus
servidores, para que estén atentos, despiertos y prevenidos con respecto a la
vuelta de su señor. Lo que se opone a esta actitud es el estar distraído,
dormido, entregado a la pereza, sin las tareas al día o ebrios (esto último
aparece en los paralelos de Mateo y Lucas).
Jesús se pinta a sí mismo en la imagen de este hombre que sale de su casa y
encomienda a sus servidores diversas tareas para que hagan durante su
ausencia, y al portero le encarga que vigile la puerta. La idea central es que se
mantengan activos, que trabajen, entregados a la diligencia responsable, y
que no se duerman, que hagan turnos de guardia, porque no saben cuándo
va a llegar el dueño de casa a quien tendrán que rendir cuentas y pasar las
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novedades. Éste puede, incluso, llegar en medio de la noche, y repentina o
sorpresivamente.
Jesús aclara que lo que dice no se lo dice sólo a sus discípulos sino a todos
(Mc. 13, 37).
Parece que Jesús quiere dejar bien en claro que la hora de su regreso es
incierta , y que no importa tanto conocer con precisión cuándo sucederá, sino
invertir en lograr una actitud permanente de estar atentos, despiertos y
prevenidos.
Lo primero que hoy asociamos a la vigilancia es el temor por la seguridad de
personas y bienes, por el que nos ponemos en guardia o en defensa frente a
un eventual enemigo o ladrón al acecho. Sin embargo, no es éste el rasgo
más propio de la vigilancia sino el estar atentos, despiertos y prevenidos.
Como una novia se mantiene despierta y expectante en función del
momento feliz de la boda para el que se está preparando. Cuando un evento
que ocurrirá se aprecia y valora mucho, como es para los novios una boda,
nadie se olvida del mismo en los momentos previos, al contrario, se convierte
como en una idea obsesiva que poco se puede disimular. La expectación
anticipa la alegría del hecho futuro, lo imagina, lo vive anticipadamente.
Aunque se mezcle siempre un cierto nerviosismo o temor, lo que prima es el
anhelo y deseo de que eso se cumpla pronto.
Existe un cierto opio que nos distrae de esta expectación del Señor y
proviene de la vanidad y placer que nos dan las cosas del mundo. Por eso,
Jesús nos exhorta a no dejarnos sedar por la fascinación engañosa de lo
pasajero, a estar prevenidos fijando la mirada en un punto de referencia en el
horizonte, algo trascendente, más real que lo que pueda tener de realidad el
mundo, más permanente que lo pasajero del tiempo: Jesucristo, Señor de la
historia.
Sin embargo, también hemos de resistir a la tentación de abandonar el
trabajo por la justicia y el desarrollo de este mundo y este tiempo con la
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excusa de la venida inminente del Señor. Nunca faltan quienes insinúan esto.
Es más, el final llegará como una maduración plena del reino de Dios que ya
se está gestando, sin perder su carácter trascendente, en medio de este
mundo. Por ello, la parábola condena a los que se duermen, los perezosos
(acerca de la pereza, ver sobre todo versiones de san Mateo y san Lucas). No
podemos ni estar distraídos ni hacernos los distraídos frente al mal y la
injusticia que hay en el mundo. Por nuestro trabajo cotidiano por hacer
posible que el reino de Dios crezca en el mundo, hacemos posible y
preparamos el retorno del Señor.
En este Adviento iniciado, estemos atentos, despiertos y prevenidos en
función de la Navidad, anticipo cada año de la segunda venida del Señor al fin
de la historia.
Pbro. Hernán Quijano Guesalaga,
Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús,
Capilla Policial San Sebastián,
Paraná, Argentina
Domingo 30 de noviembre de 2008