I DOMINGO ADVIENTO
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
Velar en la noche es mantener la esperanza
Con el primer domingo de adviento iniciamos un nuevo año litúrgico. Adviento
suena a esperanza. Esperamos la venida del Señor. Una venida que ya ocurrió en
humildad y pobreza, hace más de veinte siglos. Una venida que acontecerá en
esplendor y gloria al final de los tiempos, a cuya luz todas las cosas adquirirán su
sentido, su real peso y su media. Y una venida permanente, diaria, que llama a
nuestra puerta tanto en cada detalle de nuestra existencia como en los grandes
acontecimientos de la historia. En la liturgia, el futuro y el pasado se dan cita en el
presente. Si Dios es el que viene, qué menos se puede pedir que colocarnos en
actitud de espera.
Sin embargo, sigue siendo verdad que lo que dice Juan en su Evangelio: "que los
hombres prefirieron las tinieblas a la luz". Más que esperar, huimos, como Caín
después de la muerte de su hermano Abel. O esperamos frívolamente, como la del
cuplé, haciendo nubes de humo, dejando que corran los días en la más absoluta
inoperancia. O aplazando los problemas serios de la existencia para más tarde,
como el alumno que lo fía todo a los exámenes. Nos pasa, más o menos, como a
las jóvenes necias del Evangelio de hace unas semanas, que se quedaron dormidas,
sin aceite en las lámparas, y no pudieron participar de la fiesta de bodas.
El que espera de verdad sale al encuentro del que viene, como si se tratara de una
cita de enamorados. Sólo entonces el adviento adquiere todo su dinamismo. Así lo
vivía, día a día y hora a hora, aquel enamorado de Dios que fue Juan de la
Cruz: "Buscando mis Amores/ iré por esos montes y riberas; / ni cogeré las flores, /
ni temeré las fieras, / y pasaré los fuertes y fronteras/". Así se vive el adviento: sin
que distraigan "las flores", ni nos asusten " las fieras ", dispuestos a franquear los
obstáculos que se presenten en el camino, ya sean "fuertes o fronteras ".
La frase de Jesús, que se repite nada menos que cuatro veces en el fragmento del
evangelio de este domingo es "Estad en guardia, velad ". Frecuentemente Jesús
utiliza esta expresión en contexto de combate, pues la vigilancia exige lucha, como
reclamando una atención extrema ante un caso de peligro: Hay que "estar en
guardia" para comprender la Palabra de Dios, para defenderse de la levadura de los
fariseos, para no dejarse llevar de los falsos agoreros que creen que pueden
pronosticar el futuro, nos advertirá en el Evangelio de Marcos.
La vida cristiana es un camino hacia el encuentro. No sabemos si el Señor
llegará "al atardecer, a media noche, al canto del gallo o de madrugada" . Resulta
curioso que Jesús, cuando exhorta a la vigilancia, sitúa casi siempre la venida en la
noche. En Oriente, entonces, no se viajaba de noche por el peligro que ofrecían los
caminos. Quizá por eso la noche tenía una significación simbólica tan profunda: era
el tiempo del " poder de las tinieblas ", de la tentación, de la prueba. Hay que estar
vigilantes, sobre todo, en la noche.
San Pablo también utiliza un lenguaje dramático para hablar de la vigilancia. Dice
que hay que "arrancarse del sueño" . En varias de sus cartas enumera las armas de
la vigilancia.
En una generación como la nuestra, enferma de insomnio, abundan las sustancias
que “inducen” a conciliar el sueño. Pero los somníferos también abundan en el
plano moral. El vampiro, según la leyenda, mientras chupa la sangre inyecta una
sustancia soporífera que hace más dulce el dormir. Así, los malos hábitos, los
vicios, el materialismo hedonista pueden anestesiar lo conciencia hasta el punto de
no sentir ya ni remordimientos.
Velar en la noche, en la dificultad, es mantener la esperanza incluso en las horas
oscuras; es seguir apostando por el bien cuando parece triunfar el mal. "¡Qué bien
sé yo la fonte que mana y corre!, / aunque es de noche" cantaba también Juan de
la Cruz.
Concluimos con una palabra de Jesús que nos abre el corazón a la confianza y a la
esperanza: «Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los
encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y,
acercándose, los irá sirviendo”. (Lucas12, 37).