Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Serrín de carpintero
Cuando emprendes un viaje para encontrarte con tus seres queridos lo mínimo que deseas al
llegar es que te estén esperando. Si viajas por avión, la sensación que produce quedarse
solo con tus maletas en el andén es horrible. Miras para uno y otro lado y te das cuenta de
que nadie te ha venido a buscar. Observas a tu alrededor cómo la gente se abraza, se besa y
salta de felicidad por el reencuentro, pero a ti, nadie se te acerca. Acaso un gentil hombre se
adelanta hacia tu persona, por un momento recobras la esperanza y oyes que te dicen:
“¡Taxi!” Los ánimos se vuelven a derrumbar.
Cada año se repite esta historia en adviento y navidad. Adviento significa: venida, llegada.
Todo el mundo, incluso los niños, saben quién llega: el niño Dios. Pero otra cosa es que lo
salgamos a recibir. “Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron” (Jn. 1,11). Cuántos
corazones lo dejan plantado insensibles al amor de Dios que viene para darnos la paz. Dios
espera nacer en el seno de las familias, en las naciones, en los que sufren, en los hombres
de buena voluntad.
Por eso el adviento nos produce un sentimiento de nostalgia, porque nos preparamos para la
navidad con villancicos, adornos multicolores, regalos y parabienes, pero al mismo tiempo
se trata de una llegada intermedia, íntima, sólo la recibe quien la espera con fe y esperanza.
Este nacimiento produce descanso y consuelo en el alma.
El adviento es el período litúrgico que mejor representa la vida humana porque vamos de
camino hacia el encuentro del Señor. Un Dios que desea que lo amemos. Serán los
sencillos, las almas humildes, como los pastores que cuidaban al raso sus rebaños, los que
en la noche de navidad reciban al Hijo de Dios. Por eso es que navidad posee algo de
melancolía en medio de tanta dicha y felicidad, porque sabemos que “la Palabra se hizo
carne, y puso su morada entre nosotros y hemos contemplado su gloria” (Jn. 1,14).
En esta navidad una mano cubierta con serrín de carpintero tocará a las puertas de mi casa
solicitando una morada: ‒ “¡Sólo por esta noche!” Y ojalá no escuche la misma respuesta
que hace dos mil aos: ‒“No hay sitio, ni una cama, lo tengo todo lleno”. Y Dios pas de
largo, ¡qué pena, posadero! El Evangelio empieza ante la puerta de una fonda en Belén y un
posadero. Y el Evangelio sigue reclamando hospedaje: ‒“Slo para esta noche”. ‒“No hay
sitio, todo lleno”. ¿Será mía la fonda? ¿Seré yo el posadero? La mano que llamaba a mi puerta,
¿no sería la estrella de Belén con aserrín de carpintero? twitter.com/jmotaolaurruchi