“No todo el que me dice “¡Señor, Señor!” entrará en el Reino de los cielos”
San Mateo 7, 21. 24-27:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LLEVANDO SINCERAMENTE A LA PRÁCTICA LA PALABRA DEL SEÑOR
Sólo viviré auténticamente mi discipulado escuchando y llevando sinceramente a la práctica la
Palabra del Señor. Contra la tentación de hacer coincidir la vida cristiana con 10 extraordinario -
llámense exorcismos, curaciones o milagros- debo tratar de buscar los fundamentos de su
firmeza: la obediencia cotidiana a la palabra del Señor encamada en mi vida. El texto
evangélico describe dos modos contrapuestos en los que puedo cimentar mi trabajo. Por una
parte la búsqueda de lo sensacional, de la apariencia o vanidad de mis efímeras realizaciones.
Es un modo de enmascarar la inconsistencia de mi vida, ignorando que incluso la mínima
acción buena que pueda ejecutar es un don de la gracia que exige humildad y agradecimiento.
Al manifestarse la fragilidad de mi cometido, me aterrorizará lo mismo que el desplome
repentino de una casa. Todavía no tengo morada en la «ciudad fuerte» habitada
exclusivamente por «un pueblo justo que observa la lealtad» y que pone el cimiento de su
existencia en el Señor, la roca eterna.
En la dirección opuesta aparece la firme decisión de no pretender apoyarme en palabras, en el
peligroso juego del aparentar, sino cimentarme en la Palabra del Señor, fuente de seguridad y
protección. Entonces incluso podré olvidar mis obras buenas: «Tuve hambre y me disteis de
comer, sed y me disteis de beber» (Mt 25,35), manteniéndome lejos de cualquier
autocomplacencia. De este modo experimentaré la verdad de lo que dice el Apocalipsis: «Dice
el Espíritu, podrán descansar de sus trabajos, porque van acompañados de sus obras» (Ap
14,13). De hecho, a quien se gloría únicamente en la bondad del Señor se le abren las puertas
de la «ciudad fuerte» y el Padre le concede la entrada en el Reino, como hijo amado.
ORACION
¡Señor, eres la roca eterna y tus palabras son verdad y vida!
Ayúdame a construir mi vida en tus palabras, sólo así descubriré el cimiento que no vacila, un
roca en la que estaré firme, un refugio seguro en las vicisitudes de mi existencia, una lámpara
para mis pasos y luz en mi camino.
Perdona mi necedad por cuantas veces he buscado mi plenitud en otra parte, mi cimiento lejos
de ti; por cuantas veces he construido sobre arenas movedizas mis proyectos sin confrontarlos
con los tuyos, ilusionándome con la autosuficiencia de mis palabras en vez de con una
amorosa y gozosa obediencia a tu voluntad.
Señor, acepta mi alma arrepentida y mi corazón humillado, ya que deseo ser y no aparentar,
quiero llegar a ser, contando con tu ayuda, un miembro vivo de tu pueblo y anhelo caminar
contigo en humildad y justicia, para poder morar en tu ciudad santa.