Domingo 2 de Adviento (B)
“Aquí está tu Dios …Ya llega el Señor” (Is. 40, 9)
La liturgia de hoy pone en nuestros corazones el grito “preparen los caminos del Seor, allanen
sus senderos” porque debe venir el Salvador. Esta afirmación la recibimos tanto por boca del
Profeta Isaías en el Antiguo Testamento, como por boca de Juan el Bautista en el Nuevo
Testamento.
El Profeta Isaías (Is. 40, 3-4) tiene por objeto inmediato preparar la vuelta de Israel del destierro
que se cumpliría por obra de Dios y para lo cual había que preparar el camino a través del
desierto. El objeto último de dicha profecía hace referencia a la venida del Mesías, que había
de venir a liberar a Israel de la esclavitud del pecado y de la muerte. Isaías al hablar de Dios
usa la figura del Pastor “que apacentará su rebao y lo reunirá con su brazo: él llevará en su
seno a los corderos y cuidará de las ovejas perdidas” La obra y el amor del pastor tan
fuertemente apropiadas por Jesús, que cuida de sus ovejas y las ama hasta dar su vida por
ellas.
Juan el Bautista, hace suya aquella frase del profeta Isaías. Él es la voz de aquel que grita en
el desierto: “preparad los caminos del Seor, enderezad sus senderos“ (Mc. 1,3). Es necesario
preparar la llegada del Señor -que es inminente- en la penitencia dejando de lado los gozos del
mundo. Juan mismo se retira al desierto separado de todo lo que no era de Dios, llevando una
vida sencilla y dando testimonio: “Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de
cuero y se alimentaba con langostas y miel silvestre y predicaba” (Ib. 1,6). Invitaba a los
hombres a preparar los caminos del Señor, anunciando un bautismo de penitencia para recibir
al Señor.
Hoy nosotros somos invitados, como discípulos y misioneros, a anunciar la venida gloriosa de
Jesús y a prepararla en la penitencia y la oración. ¿Cómo anunciar al Señor si no lo
escuchamos y conocemos a través de la oración y la penitencia? Tenemos conciencia real de
la venida del Señor y que tenemos que estar preparados para ella. “Vigilen y oren”, nos dice el
Señor. Es en nuestra vida -no en la de otros- en la que debemos preparar esta venida.
Debemos aprender a vivir el encuentro con el Señor y llegar a conocerle y amarle, de forma tal
que nos sintamos íntimamente unidos a él y desbordantes por el deseo de anunciarle y de
vivirle en nuestras vidas llevándolo a los demás. Pero como somos pecadores, es necesario
hacer penitencia para disponernos a conmemorar la venida del Señor en la Navidad y al mismo
tiempo preparar su venida en la gloria disponiéndonos a este último encuentro viviendo “con
santa conducta y piedad” (2 Pe. 3, 11-12).
La segunda venida del Señor para los primeros cristianos la creían inminente, y así lo
esperaban: ¡Ya viene!, ¡Ven Señor! Y como se tardaba en llegar algunos se dieron a una vida
regalada, burlándose de la penitencia y aun de la oración, lo que también hoy puede pasar.
Alguien podría decir: ya que el Señor tarda en venir, dediquémonos pues a la buena vida y
vivamos sin tener en cuenta al Evangelio ni a sus preceptos. ¿De qué nos sirve la oración y la
vida sacramental? ¿Qué sentido tienen la sobriedad en la vida y el amor a los pobres?
Comamos y vivamos bien… no practiquemos la religión, ni vivamos sus palabras. ¡Total … el
Señor tardará! San Pedro nos recuerda que Dios no mide el tiempo como los hombres. Para Él
“mil aos son como un solo día” (Ib. 8) Y si tarda en venir, no es porque no vendrá, sino porque
espera “pacientemente que todos vengan a penitencia” y se puedan salvar.
Dios es nuestro Padre y nos espera. Mientras tanto nos exhorta a través de la Iglesia a dejar el
pecado y con la ayuda de la gracia, caminar hacia el encuentro con El. El señor desea la
conversión de cada uno y la de todos. Su voluntad es que tengamos puesto nuestro corazón en
El y no en las cosas de la tierra y que marchemos -viviendo en la gracia y el amor- al encuentro
definitivo con Él. Pues su día llegará, nos dice el Apstol, como “el de un ladrn”. Es por esto
que debemos procurar “ser hallados limpios e irreprochables” para el gozo de esta vida y de la
vida eterna.
Que María, nuestra Madre, nos ayude a preparar en nuestros corazones la venida del Señor.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú