Inmaculada Concepción de Santa María Virgen 8 de Diciembre de 2011
“Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”
San Pablo habla del Nuevo Adán, que es Cristo, en contraposición al primer Adán:
“El primer Adán era de la tierra; el segundo Adán es del cielo. Del primer Adán,
pecador, heredamos la imagen del hombre pecador; del segundo Adán, Jesucristo,
llevamos la imagen del hombre celestial” (1 Cor 15, 47 – 48).
Tanto la primera lectura, como el evangelio de esta festividad nos recuerdan esta
contraposición fuente de esperanza y de salvación. Dios modeló al primer Adán del
barro de la tierra (Ge 2, 7), y lo hizo a su imagen y semejanza (Gen 1, 27). Cae
Adán en la desgracia, seducido por la serpiente, dando al traste con todo el
proyecto de Dios. Pero Dios no se deja ganar en generosidad. Como respuesta a
esta trágica situacin pone en marcha toda una accin salvadora: “Establezco
hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la
cabeza, cuando tú le hieras en el taln” (Gen 3, 15). Es lo que llamamos
protoevangelio.
Todos sabemos que lo del árbol prohibido, la manzana, la serpiente, más que una
historia propiamente dicha es más bien una explicación sobre los principios de la
vida humana sobre la tierra, y sobre todo, una manera de explicar el por qué de los
grandes problemas, las grandes limitaciones que tenemos los hombres: el pecado,
el mal, la muerte. Esa tendencia de ir cada uno a lo suyo, de buscar el bien propio
sin pensar en nada más, de creer que somos los más importantes del mundo y lo
que es bueno para nosotros tiene que ser bueno para todos: “el día que comiereis
de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”
(Gen 3,5), es el origen de la catástrofe.
No se trata de quedarnos lamentándonos por estar marcados de ese modo por el
pecado. Precisamente la fiesta que hoy celebramos es un luminoso rayo de luz, de
esperanza y de salvación, porque Dios no se deja ganar en generosidad. Nuestra fe
nos dice que esta marca del mal, esta ruptura, Dios no la ha querido, ni la quiere
para siempre. Dios no ha permitido que los hombres estuviéramos condenados a no
poder levantarnos del mal que desde el principio nos ata.
“Pero cuando se cumpli el plazo envi Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Gal 4, 4).
Por Jesucristo, que es el hijo de María, se hizo presente en este mundo gracias al
amor, a la fidelidad, a la generosidad de aquella muchacha de Nazaret. María sale
“llena de gracia” de las manos de Dios. La que tenía que traer a Jesucristo al
mundo, la que tenía que ser el camino por donde entrase el que liberaría a los
hombres del mal y del pecado, fuera totalmente, ya desde el principio, un camino
limpio, un camino libre del mal y del pecado que Jesús venía a borrar.
María es plenamente dcil al plan de Dios: “Aquí está la esclava del Seor,
cúmplase en mí lo que has dicho” (Lc 1, 38). Así participa totalmente de la
salvacin de Dios. Frente a la rebeldía del querer “ser como Dios”, Ella ha elegido
originariamente el querer “ser de Dios y para Dios”. Frente a las ambiciones
imposibles y frustrantes, ella ha escogido el camino de la plena adhesión a Dios.
Para preparar el camino al Señor, irrumpió con María en el mundo un estilo nuevo.
Ella es ya nueva criatura, originalmente, sin restauracin. Y todo ello. “en vista a
Jesús”, que es el verdadero hombre nuevo del que Ella misma participa. Esto es lo
que celebramos en este día de la Inmaculada.
María ha descubierto que lo primero que tiene que hacer un creyente, es dejar
hacer a Dios, dejarse hacer por El, ser tomado por El, abandonarse al poder de su
Espíritu. María es la mujer creyente, la mejor discípula de Jesús, la primera
cristiana. La Eucaristía es una entrañable acción de gracias a Dios, porque ha
tomado gratuitamente la iniciativa con su plan de salvación, porque lo ha empezado
a realizar ya en María, y porque nos da la esperanza de que también para nosotros
su amor está cercano y nos quiere colmar de sus bendiciones.
Joaquin Obando Carvajal