Preparad los caminos del Señor
Homilía para el II Domingo de Adviento (Ciclo B)
¿Cómo podemos preparar la venida del Señor a nuestras vidas? Mediante la
escucha de la predicación y la penitencia. El que predica la Palabra del
Señor, como Isaías y Juan el Bautista, hace rectos los senderos
posibilitando que esa Palabra llegue al corazón de los oyentes para
penetrarlos con la fuerza de la gracia e ilustrarlos con la luz de la verdad.
La predicacin es un anuncio de consuelo y de alegría: “Consolad, consolad
a mi pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazn de Jerusalén” ( Is 40,1). El
contenido de este anuncio es la alegría causada por la presencia de Dios:
“aquí está vuestro Dios. Mirad: Dios, el Seor, llega con fuerza, su brazo
domina” ( Is 40,9-10).
Juan el Bautista que, como dice San Jerónimo, es el amigo del Esposo que
conduce la Esposa a Cristo, es la voz que grita en el desierto llamando a
preparar el camino al Señor, predicando la conversión, anunciando la
llegada del “que puede más que yo” ( Mc 1,7).
La predicacin de la Palabra de Dios es la proclamacin del “Evangelio de
Jesucristo, Hijo de Dios” ( Mc 1,1). El Evangelio es la “Buena Noticia” que
tiene como objeto central la persona misma de Jesús, Mesías e Hijo de Dios.
Jesús es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad: “El Hijo mismo
es la Palabra, el Logos […] Ahora, la Palabra no solo se puede oír, no solo
tiene una voz , sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret”
(Benedicto XVI, Verbum Domini , 12).
Para ver ese rostro, para recibir a Jesús, es necesaria la penitencia: “que los
valles se levanten, que los montes y colinas se abajen, que lo torcido se
enderece y lo escabroso se iguale” ( Is 40,4). Los valles pueden ser
interpretados como imágenes de nuestros vacíos en nuestra relación con
Dios: se trata de los pecados de omisión; de lo que, debiendo hacer, no
hacemos. Por ejemplo, no dando prioridad a la vida espiritual, reduciendo la
oración a mínimos o siendo poco generosos en la vivencia de la caridad.
Si los valles deben levantarse, los montes y las colinas han de abajarse. Los
montes de nuestro orgullo, de nuestra soberbia y de nuestra prepotencia.
San Juan Bautista personifica la actitud humilde de quien sabe que, ante el
Señor, no merece agacharse para desatarle las sandalias.
San Pedro, en su segunda Carta, tranquiliza a una comunidad cristiana que
se mostraba inquieta por el aparente retraso de la segunda venida del
Seor. Los tiempos de Dios, les dice, no son como los nuestros: “un día es
como mil años y mil años, como un día” (2 Pe 3,8). El Señor no tarda, sino
que tiene paciencia con nosotros para que podamos convertirnos.
Mientras esperamos al Señor, dejando que su Palabra entre en nuestros
corazones y arrepintiéndonos de nuestros pecados, debemos llevar una vida
“santa y piadosa”, a fin de que Dios nos encuentre en paz con Él.
Guillermo Juan Morado.