EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Lunes de la IV Semana de Adviento (19 de diciembre)
Libro de los Jueces 13,2-7.24-25a.
Había un hombre de Sorá, del clan de los danitas, que se llamaba Manóaj. Su mujer
era estéril y no tenía hijos.
El Angel del Señor se apareció a la mujer y le dijo: "Tú eres estéril y no has tenido
hijos, pero vas a concebir y a dar a luz un hijo.
Ahora, deja de beber vino o cualquier bebida fermentada, y no comas nada impuro.
Porque concebirás y darás a luz un hijo. La navaja nunca pasará por su cabeza,
porque el niño estará consagrado a Dios desde el seno materno. El comenzará a
salvar a Israel del poder de los filisteos".
La mujer fue a decir a su marido: "Un hombre de Dios ha venido a verme. Su
aspecto era tan imponente, que parecía un ángel de Dios. Yo no le pregunté de
dónde era, ni él me dio a conocer su nombre.
Pero me dijo: "Concebirás y darás a luz un hijo. En adelante, no bebas vino, ni
comas nada impuro, porque el niño estará consagrado a Dios desde el seno de su
madre hasta el día de su muerte".
La mujer dio a luz un hijo y lo llamó Sansón. El niño creció y el Señor lo bendijo.
Y el espíritu del Señor comenzó a actuar sobre él en el Campamento de Dan, entre
Sorá y Estaol.
Salmo 71(70),3-4a.5-6ab.16-17.
Sé para mí una roca protectora, tú que decidiste venir siempre en mi ayuda, porque
tú eres mi Roca y mi fortaleza.
¡Líbrame, Dios mío, de las manos del impío, de las garras del malvado y del
violento!
Porque tú, Señor, eres mi esperanza y mi seguridad desde mi juventud.
En ti me apoyé desde las entrañas de mi madre; desde el seno materno fuiste mi
protector, y mi alabanza está siempre ante ti.
En ti me apoyé desde las entrañas de mi madre; desde el seno materno fuiste mi
protector, y mi alabanza está siempre ante ti.
Vendré a celebrar las proezas del Señor, evocaré tu justicia, que es sólo tuya.
Dios mío, tú me enseñaste desde mi juventud, y hasta hoy he narrado tus
maravillas.
Evangelio según San Lucas 1,5-25.
En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la
clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón.
Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los
mandamientos y preceptos del Señor.
Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad avanzada.
Un día en que su clase estaba de turno y Zacarías ejercía la función sacerdotal
delante de Dios,
le tocó en suerte, según la costumbre litúrgica, entrar en el Santuario del Señor
para quemar el incienso.
Toda la asamblea del pueblo permanecía afuera, en oración, mientras se ofrecía el
incienso.
Entonces se le apareció el Angel del Señor, de pie, a la derecha del altar del
incienso.
Al verlo, Zacarías quedó desconcertado y tuvo miedo.
Pero el Angel le dijo: "No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu
esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan.
El será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su
nacimiento,
porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni bebida alcohólica;
estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre,
y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios.
Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres
con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al
Señor un Pueblo bien dispuesto".
Pero Zacarías dijo al Angel: "¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy
anciano y mi esposa es de edad avanzada".
El Angel le respondió: "Yo soy Gabriel , el que está delante de Dios, y he sido
enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia.
Te quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por
no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo".
Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que
permaneciera tanto tiempo en el Santuario.
Cuando salió, no podía hablarles, y todos comprendieron que había tenido alguna
visión en el Santuario. El se expresaba por señas, porque se había quedado mudo.
Al cumplirse el tiempo de su servicio en el Templo, regresó a su casa.
Poco después, su esposa Isabel concibió un hijo y permaneció oculta durante cinco
meses.
Ella pensaba: "Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de
lo que me avergonzaba ante los hombres".
Comentario del Evangelio por
San Máximo de Turín (?-v. 420),obispo
CC Sermon 5 ; PL 57, 863
«No temas, Zacarías, porque tu súplica ha sido escuchada»
Es la oración y no el deseo sexual, lo que concibió a Juan Bautista. A Isabel le
había pasado la edad de dar vida, su cuerpo había perdido la esperanza de
concebir; A pesar de estas condiciones de desesperación, la oración de Zacarías
permitió a este cuerpo envejecido, engendrar: la gracia y no la naturaleza ha
concebido a Juan. No podía ser más que santo, este hijo cuyo nacimiento proviene
menos del abrazo, que de la oración.
Sin embargo, no debemos asombrarnos de que Juan hubiera merecido un
nacimiento tan glorioso. El nacimiento del precursor de Cristo, del que le abre el
camino, debía presentar una semejanza con la del Señor, nuestro Salvador. Si el
Señor nació de una virgen, Juan ha sido concebido por una mujer anciana y
estéril... No admiremos menos a Isabel, que concibió en su vejez, al igual que
María, dio a luz virginalmente.
Existe ahí, pienso, un símbolo: Juan representaba el Antiguo Testamento,
nació de la sangre de una mujer anciana, mientras que el Señor, que anuncia la
Buena Noticia del Reino de los cielos, es el fruto de una juventud plena de savia.
María, consciente de su virginidad, admira al niño concebido en sus entrañas.
Isabel, consciente de su vejez, se ruboriza del vientre pesado por su embarazo; el
evangelista dijo, en efecto: "estuvo escondida durante cinco meses". Debemos
admirar también, que el mismo arcángel Gabriel anunció ambos nacimientos: le
aporta un consuelo a Zacarías, que permanece incrédulo; viene para animar a
María, a la que encuentra confiada (Lc 1, 26s). El primero, por haber dudado,
perdió su voz; el segundo, por haber creído enseguida, concibió al Verbo Salvador.
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