Encuentros con la Palabra
Domingo IV de Adviento – Ciclo B (Lucas 1, 26-38)
“Para Dios no hay nada imposible”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Cuentan que una vez tres árboles jóvenes estaban conversando sobre lo que querían ser
cuando fueran grandes. El primero decía: «A mi me gustaría ser utilizado en la construcción
de un gran Palacio para servir de techo a Reyes y Príncipes». El segundo dijo: «A mi me
gustaría ser el mástil mayor de un hermoso barco que surque los mares llevando riquezas,
alimentos, personas y noticias de un lado a otro de los océanos». El tercero, por su parte,
dijo: «A mi me gustaría ser utilizado para construir un gran monumento de esos que se
colocan en medio de las plazas o avenidas y que cuando la gente me vea, admire a Dios por
su grandeza».
Pasaron los años, los árboles crecieron y llegó el tiempo del hacha y la sierra. Cada uno de
los tres árboles fue a dar a distintos sitios: El primero fue utilizado para construir la casita de
un campesino pobre que con el tiempo fue destruida y abandonada. Con los restos se
levantó un pequeño establo para que los animales se protegieran del frío y de la noche... El
segundo fue utilizado para la construcción de la barca de un pobre pescador que se pasaba
la mayor parte del tiempo amarrada a la orilla de un lago... El tercero fue utilizado para la
construcción de una cruz, donde fueron ajusticiados varios hombres...
Dice san Lucas, que cuando María recibi el anuncio del ángel, “se sorprendi de estas
palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: –María, no tengas
miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo, y le
pondrás por nombre Jesús”. María, sin salir de su asombro, pregunt: “–¿Cómo podrá
suceder esto, si no vivo con ningún hombre? El ángel le contestó: –El Espíritu Santo vendrá
sobre ti, y el poder de Dios altísimo se posará sobre ti. Por eso, el niño que va a nacer será
llamado Santo e Hijo de Dios. También tu parienta Isabel va a tener un hijo, a pesar de que
es anciana; la que decían que no podía tener hijos, está encinta desde hace seis meses.
Para Dios no hay nada imposible”. La respuesta de María fue de total disponibilidad a pesar
de que seguramente no entendió completamente el plan de Dios. “Yo soy la esclava del
Seor; que Dios haga conmigo como me has dicho”.
No es fácil aceptar los planes de Dios cuando no se acomodan a los nuestros. Siempre que
Dios nos llama a realizar un proyecto, tenemos la tentación de pensar que será como
nosotros lo hemos programado; pero el Señor tiene sus caminos, que no son los nuestros. Él
se encarga de realizar nuestros sueños y nuestros planes, pero a su manera. Lo importante
es que encuentre en nosotros la disposición necesaria para dejarnos guiar y conducir por Él
a través de las vicisitudes de nuestra vida.
Que el Señor nos conceda ser dóciles a su voluntad; que nos de fe y perseverancia, de
modo que aun cuando no nos toque ser un gran palacio, aceptemos sostener el portal del
pesebre que en Belén abre sus puertas al que nos trajo una gran alegría para todo el pueblo.
Aunque no seamos el gran mástil de una hermosa embarcación, aceptemos ser la
humilde barca de Pedro, que sirvió de púlpito para que a los pobres se les anunciara la
Buena Nueva. Y aunque no seamos un gran monumento, aceptemos ser la cruz que
sirvió de altar para que Dios nos mostrara el amor de Dios que llega hasta el extremo...
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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