Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
La revolución francesa continúa
La Iglesia avanza hacia las fiestas navideñas, pero no va sola. En la ciudad también se
perciben bastantes cambios: los colegios comienzan vacaciones, se adornan las principales
plazas y avenidas, los comercios decoran con más luces sus vitrinas y las cocinas se
disponen para sazonar las hallacas, el sancocho, la compota y el pavo.
Dejando a un lado todos estos elementos externos nos encontramos que las personas
reciben todo esto con dos actitudes: están los que en el fondo no esperan nada y los que
aguardan con fe el nacimiento del niño Dios.
Los que no esperan nada reciben la navidad como un pretexto para rumbear y salir de
compras con el aguinaldo, pero sin un sentido trascendente. Es una actitud parecida a la que
Samuel Beckett describe en su obra, Esperando a Godot . En el teatro de lo absurdo queda
muy bien representada la actitud del que vive sin esperar nada que rebase los límites de la
mera razón. ¿Qué es la ciencia? Simplemente conocer las cosas por sus causas. Nada más.
¿Acaso el conocimiento científico me va a dar la salvación o la felicidad? Les recomiendo
el libro de Estanislao Cantero titulado, La contaminación ideológica de la historia . Allí se
analiza el período de la revolución francesa, entre otros, no como las películas se afanan
por representar, como el levantamiento de los plebeyos contra el abuso de los reyes
burgueses y despóticos, ‒que no dudo que lo hayan sido‒, sino como fruto de las ideas
iluministas del siglo XVIII que perduran hasta la Francia hodierna. Por algo Sarkozy
propuso el concepto de “laicidad positiva”, como un camino para lograr la integración entre
la Iglesia y el Estado. Ambas instituciones deben colaborar a resolver los problemas de los
ciudadanos. La búsqueda de la espiritualidad no representa un peligro para la democracia y,
por otra parte, el Estado tampoco agota todas las expresiones de la sociedad.
Están los que sí esperan la navidad con fe. Es una esperanza gozosa porque las promesas de
Dios aún no las poseemos en plenitud, pero se realizarán, como explica la encíclica Spe
Salvi . No esperamos algo, sino a Alguien. Alguien que es capaz de darnos la vida eterna,
que nos dice que nuestros actos no se van al cesto del absurdo, sino que tienen un valor
trascendente, que van más allá de la tumba. Esperamos conocer el amor de Dios. Además,
la esperanza nos colma de felicidad, porque nos hace mirar hacia el futuro. La alegría de
una madre que espera el nacimiento de su hijo, le hace ver las incomodidades del embarazo
con dicha, porque aguarda el día en que podrá tener a su hijo entre sus brazos. Como nos lo
dijo Jesús: “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis
tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo” (Jn.16,33). twitter.com/jmotaolaurruchi