3 Domingo de Adviento (b)
“Señor nos alegramos en ti, porque tú eres nuestro Salvador” (Lc. 1, )
La salvación está cerca y la Iglesia se alegra por ello y aplica a si misma el cántico de Isaías
por la restauración de Israel. La alegría de Israel es entonces el gozo de toda la Iglesia y es su
acción de gracias por la salvación traída por Jesucristo. La misión que debía cumplir el Mesías
es descripta de esta manera por Isaías: “El Espíritu de Dios Yahvé, está sobre mí, pues él me
ha ungido, me ha enviado a predicar la buena nueva a los abatidos y sanar a los que tienen un
corazón quebrantado, para anunciar la libertad a los cautivos y la liberación a los encarcelados
(Is.61,1-10). Jesús leyó este pasaje en la sinagoga y se lo aplicó a si mismo (Lc. 4,17-21)
mostrando que sólo en El se cumplió esta profecía, que su misión se extendía a todos los
hombres de la tierra, que no vino a sanar solamente al pueblo de Israel sino a todos los
hombres de la tierra. Pues a El le ha sido dado el poder de la salvación universal y sanar en la
tierra la miseria más temible que es la atadura del pecado y de la muerte. En este sentido sólo
Jesús cumplió verdaderamente la profecía de Isaías. El es el médico de la felicidad eterna que
es capaz de cantar las bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres y los afligidos, los que
tienen hambre y son perseguidos porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5,10). En Jesús
se cumplen las profecías mesiánicas: los muertos resucitan, los paralíticos andan, los ciegos
ven…
Este es el sentido profundo de la obra redentora del Señor, que será proclamada hasta el
confín de la tierra y que deberá ser proclamada por todos nosotros a todos los hombres para
que todos en él encuentren un camino distinto al que les ofrece el mundo, encontrando en El el
sentido profundo de la vida. Entonces comienza a tener sentido la penitencia de la espera en el
tiempo del Adviento y la alegría inmensa de la Navidad del Señor y Salvador, alegría y gozo de
los que ya le conocen, admiración de los que se encuentran aún lejos.
“Hermanos estad siempre gozosos…probadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos hasta
de la apariencia del mal…orando sin cesar” (1 Tes. 16-22). Es Cristo, el Redentor, que ha
venido a contagiarnos en la obra de la salvación de su amor, misericordia y bondad, causa de
nuestros gozos y alegrías, que nos une en la contemplación de un solo misterio por medio de la
oración: el misterio de Cristo Jesús. La navidad trae este mensaje a un mundo cansado y
abatido que va perdiendo sus principios y valores, donde la lujuria, el tener y el egoísmo se han
convertido en sus patrones. En cambio la Navidad nos trae un mensaje distinto, el mensaje de
Jesús, que es un mensaje de vida, de verdad, de valores trascendentes que le dan al hombre y
a la humanidad toda una dimensión distinta, la dimensión de la eternidad. Jesús nace en el
pesebre y el hombre -contemplando su misterio- debe renacer a una vida nueva, distinta,
superadora del pecado y de la muerte y de todas sus ataduras.
Grita el Bautista en el desierto: “en medio de vosotros está uno, al cual no conocéis”. Hoy
podemos gritar también con dolor: hermanos, en medio de vosotros está Aquel a quien no
conocéis, Jesús el Señor, en la Iglesia hecho Eucaristía, en la gracia del bautismo, Jesús que
camina con nosotros aunque no le veamos. El está presente, El viene de nuevo en la Navidad,
nos renueva con su mensaje, escuchémosle, encontrémosle, vivámosle y llevémosle a los
demás, como verdaderos discípulos y en El, hagamos con alegría un hombre nuevo,
constructor de un mundo nuevo.
Debemos encontrar y conocer a Jesús a través de la oración y de la meditación diaria de su
Palabra, en la intimidad de la Eucaristía, de otra manera nuestra vida cristiana será hueca y
nuestro mensaje marchito y sin sentido. Hagámosle conocer con la profundidad de nuestro
testimonio cristiano. Mostrémoslo en nuestra vida después de haberlo encontrado en el gozo
de la navidad. Entonces sabremos descubrirlo en los pobres y afligidos, en los que sufren en
cuerpo y en el espíritu, en los que tienen hambre y sed de justicia, en los que no encuentran
consuelo en la tierra. Juan el Bautista se nos presenta como modelo fiel del testimonio de
Jesús: una fe profunda y un testimonio de amor y de austeridad, humilde y caritativo. Juan
“vino a dar testimonio de la luz, para testificar de ella, para que todos creyeran por él” (Ib.7).
Que María, modelo y testimonio de Jesús, nos ayude a encontrarnos con El para
transformarnos y anunciarlo con alegría.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú