III Semana de Adviento
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
MIERCOLES
a.- Is. 45, 6. 8. 18-26: Cielos, destilad el rocío.
b.- Lc. 7, 19-23: Anunciad a Juan lo que habéis visto y oído.
La primera lectura nos presenta a Yahvé como único Señor de cielo y tierra y de la
historia humana, espacio y tiempo en que actúa la salvación de Dios, que como
rocío cae y hace germinar la justicia, es decir al Salvador. El profeta después que
ha proclamado la unicidad de Dios, creador de la luz y las tinieblas, de la felicidad y
la desdicha, el mal como agente purificador en las manos de Dios, toda una
novedad en el pensamiento de los autores bíblicos, el profeta irrumpe en un canto
que sintetiza la fe de todo israelita. Que vengan los tiempos del Mesías, que venga
de lo alto, como el cielo que envía las nubes, que destilan el rocío de la mañana.
Que venga esa era de paz y justicia, como obra de Yahvé, como lo fue la creación.
Toda una invitación a que Yahvé actúa, lo quiere, que lo haga entonces, es la
oración que implora la lluvia y el rocío vivificante de la tierra. En el trasfondo,
encontramos la esperanza de los desterrados de Israel en Babilonia en el mesías,
Ciro, en esa ocasión, que los liberará del yugo que los oprimía cuando los autorice a
volver, pero nosotros sabemos que el verdadero Mesías Jesús el Salvador que está
por venir.
En el evangelio, encontramos la pregunta del Bautista y el testimonio de Jesús. Se
cumplen las palabras del profeta Isaías en estos acontecimientos. La pregunta de
Juan: “Llegando donde él aquellos hombres, dijeron: Juan el Bautista nos ha
enviado a decirte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (v. 20).
Estando en la cárcel, Juan Bautista se entera de los prodigios que realiza Jesús,
pero su estilo de Mesías, no corresponde a lo que Israel esperaba, ni es la imagen
del que está con el hacha en la mano, para arrancar el árbol que no da fruto, lo
mismo el fuego y el bieldo, que había predicado Juan, urgiendo la conversión. Hasta
el final de su existencia Juan, el precursor del Mesías, concentra en esta pregunta,
su vida abierta al enviado de Dios. En esa pregunta está el sentido de toda la
historia de Israel. Cuando se ha escuchado la voz de los profetas, que hablan de la
futura presencia de Yahvé sobre la tierra, cuando el juicio es inminente por la
lectura apocalíptica de los acontecimientos, la pregunta adquiere un sentido
profundo y dinámico. Jesús ha hecho suya, la esperanza de Israel, que espera la
salvación definitiva de los hombres (cfr. Is. 35, 5 y 61,1). Jesús, anuncia el
evangelio, mostrando el rostro del Padre que ama a sus hijos, con amor compasivo
con los más pobres y débiles, los marginados sociales, etc. Con esta inquietud en la
mente y el corazón, Juan Bautista, pregunta al Señor Jesús, por medio de dos
discípulos: ¿Eres tú el Mesías esperado? Talvez el Bautista, se sentía
desconcertado con el estilo de ser Mesías de Cristo. La respuesta del Maestro, no es
un sí explícito ni un no rotundo, sanó a varios enfermos y ciegos, y se remite a un
pasaje de Isaías: “Y les respondió: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído:
Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los
muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; y dichoso aquel que no
halle escándalo en mí!” (vv. 22-23; cfr. Is. 26,19; 35,5-6; 42,7; 61,1). Estos
signos, los milagros, son la confirmación de la presencia del Reino de Dios, que
llega con Jesús de Nazaret; es el Mesías esperado. Con su estilo, no quiere
escandalizar a nadie, por eso dice: “Dichoso aquel que no halle escándalo en mí”
(v. 23). Un Mesías, que viene a servir, amigo y hermano de los más pobres y
marginado de la sociedad, porque se identifica con ellos, como había anunciado en
la sinagoga de Nazaret (cfr. Lc. 4,16ss). Los signos de Cristo, no son solo de tipo
religioso, como el culto: dar la salud a los enfermos, la palabra que alimenta la fe, y
sobre todo, el amor del Padre, son fuente de toda liberación; liberación que se ve
ofendida en la dignidad de todo ser humano que sufre hambre, falta de casa y de
cariño; es el estilo de ser Mesías Salvador. Nuestro estilo de conversión, debe ir en
el mismo sentido, de dar pasos hacia Dios, que viene, y hacia el hombre necesitado
de hoy, que viene a nuestro encuentro.
Sor Isabel en la Navidad de 1902 escribía estos versos: “Jesús, Esplendor del
Padre,/ se ha encarnado en ti./ Con la Virgen Madre/ estrecha a tu Amado,/ El es
tuyo./ Oh, mensajero de este Rey que me llama,/ ¿no se llama el Esposo?/¿Qué
ofrecerle en esta nueva alba?/ Me pareció tan dulce y poderoso.../Tu misión en este
mundo/es de sólo saber amar,/es la de penetrar en el misterio/que El te ha venido
a revelar.” (Poesía 86).