III Semana de Adviento
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
JUEVES
a.- Is. 54, 1-10: Te quiero con misericordia eterna.
b.- Lc. 7, 24-30: Testimonio de Jesús sobre el Bautista.
En la primera lectura, Isaías nos introduce en el diálogo de amor, entre Yahvé y su
pueblo, en clave matrimonial, una llamada a la esposa que de estéril se hace
fecunda, de abandonada o repudiada ser llamada nuevamente. El destierro de
Babilonia es un castigo, pero ya ha pasado, es tiempo de volver a llamar a la
esposa, con palabras de amor (vv. 5-8). Es el esposo, al que se une la esterilidad,
de las mujeres de los patriarcas, Sara, Raquel, Ana, fueron fecundas por el poder
de Dios. De esta forma, los hijos de la abandonada, serán más que los de la
casada. Quizás, se puede ver aquí, una interpretación de la profecía del Enmanuel
de Isaías, cumplida en Cristo Jesús. Esta Jerusalén del futuro, deberá aumentar sus
tiendas, para cobijar a todas las naciones en sí, no tiene nada que temer, ni su
pasado en Egipto ni lo que vivió en Babilonia, porque tiene por esposo al Hacedor,
el Señor de los ejércitos, su Redentor, el Santo, al único Dios. Jerusalén, fue
desolada y abandonada, pero no repudiada; como esposo dolido por la infidelidad
de su esposa, Yahvé reconoce que la abandonó a su suerte, y tuvo cólera contra
ella, para finalmente, renovarle su amor eterno y compasivo. Hace memoria de los
tiempos de Noé, cuando castigó a la tierra por un tiempo, pero su amor es para
siempre; ahora el destierro babilónico ha pasado, pero su alianza de paz es para
siempre. Semejante amor de Dios, manifestado por la Iglesia, como esposa
amante, la encontramos sólo en la persona de Jesucristo, que entrega su vida por
ella.
El evangelio nos presenta el elogio y la definición de la personalidad del Bautista,
en labios de Jesús: “Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más
que un profeta. Este es de quien está escrito: He aquí que envío mi mensajero
delante de ti, que preparará por delante tu camino. «Os digo: Entre los nacidos de
mujer no hay ninguno mayor que Juan; sin embargo el más pequeño en el Reino de
Dios es mayor que él. Todo el pueblo que le escuchó, incluso los publicanos,
reconocieron la justicia de Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan. Pero
los fariseos y los legistas, al no aceptar el bautismo de él, frustraron el plan de Dios
sobre ellos” (vv. 26-30). Su misión, es ser mensajero que prepara los caminos del
Mesías, por lo mismo, es el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por nuestra
condición de bautizados, no podemos frustrar el plan de Dios en nuestra vida, como
lo hicieron los fariseos, que no aceptaron la conversión predicada por Juan, y
mucho menos, la buena noticia predicada por Cristo. En cambio, los publicanos y
pecadores se abrieron a la conversión, y al bautismo de Juan, aceptaron el mensaje
de Cristo, alcanzaron el perdón de sus pecados y están en vías de salvación. El
Bautista es un profeta del desierto, servidor de la verdad. Hombre sincero, recto, su
amor a la verdad le costó la vida. La humanidad del Bautista y su humildad, hacen
de él un hombre sensato. Podría haber usado su influencia en las masas a su favor,
pero no, estaba al servicio de otro ministerio mayor: “El que tiene a la novia es el
novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz
del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud. Es preciso que él
crezca y que yo disminuya” (Jn. 3, 29-30). Su mejor presentación, es la de ser
testigo de la luz. Preparó los caminos y los corazones de los hombres, para
discernir los signos de los tiempos mesiánicos, presenten en Jesús de Nazaret. Del
Bautista, aprendamos en este tiempo santo de Adviento, a convertirnos a Dios y al
hombre, en justicia y amor. La fe y la conversión, nos hacen descubrir el inmenso
amor de Dios, convertido en salvación y misericordia que perdona lo que redunda
necesariamente en amor al prójimo.