III Domingo de Adviento, Ciclo B
La alegría de la Buena Noticia
Hoy es el domingo de la alegría en el tiempo del adviento. La Palabra de Dios
proclama la gran alegría mesiánica, que procede del Espíritu de Dios y se manifiesta
en los testimonios proféticos de todos los tiempos. El apóstol Pablo, en el primer
escrito del Nuevo Testamento, invita a los creyentes a permanecer siempre en la
alegría de la espera del Mesías, Jesús (1 Te 5,16-24). Y en virtud de aquel en quien
los cristianos tenemos puesta la esperanza, si nuestra vida se va configurando
progresivamente según el Espíritu de Dios en una radicalización creciente de signo
profético, entonces nuestra alegría inextinguible se convierte en una manifestación
radiante de la cercanía y presencia de Dios en la historia humana. De ahí que no
debamos apagar ninguna chispa del Espíritu en el mundo y debamos avivar,
redescubrir y valorar los testimonios y las acciones de los profetas de nuestro
tiempo.
Del Tercer Isaías procede el precioso texto poético que revela la misión del profeta,
proclamando un año de gracia del Señor como un tiempo de liberación de los
pobres, oprimidos y cautivos (Is 61,1-3.10-11). La misión del profeta es anunciar la
buena noticia a los pobres, declarando un año de gracia cuyo contenido
fundamental sigue siendo el anuncio gozoso de la libertad y de la liberación de la
pobreza y de todas sus causas y consecuencias. Este magnífico poema destila la
alegría de la liberación y del consuelo por el cambio de situación que habría de
producirse en el Israel del siglo V a. C. desapareciendo la injusticia, la opresión y la
pobreza. Este texto de Isaías tuvo su pleno cumplimiento en Jesús, según Lc 4,16-
20, el cual anuncia y hace extensiva la gran alegría del evangelio a los pobres de
toda la tierra. El carácter universal de este mensaje gozoso es la palabra de la
esperanza que en este Adviento debe proclamar la Iglesia para que la Navidad,
celebración del nacimiento de Jesús, sea un anuncio de gracia en medio de tantas
desgracias de la vida presente.
En el Evangelio (Jn 1,6-8.19-28) reaparece la figura de Juan Bautista, el testigo y
precursor de la luz de Cristo, que muestra quién es el verdadero “esposo” de la
humanidad, a quien él no es capaz de desatar las correas de sus sandalias.
También se reitera la imagen de desatar la sandalia, lo cual era un gesto público
por medio del cual una persona adquiría los derechos jurídicos de otro,
concretamente en el caso del levirato cuando un pariente cercano asumía los
derechos del esposo (cf. Dt 25,5-9; Rut 4,8). Juan se refiere al hecho de que es
Jesús, el Mesías-esposo de la humanidad, el único en quien todos los hombres
encuentran la salvación y la plenitud de la vida. El domingo de la alegría retoma por
tanto la imagen del Mesías como novio de la humanidad para resaltar la alegría de
la cercanía del Señor como la alegría de una boda.
Ante los momentos críticos que hoy vive nuestro mundo, marcado por el
desconsuelo, el miedo, la inseguridad en casi todos los ámbitos de la vida, la
desilusión y una gran desesperanza, dominante en los llamados países civilizados, y
ante la situación crónica de las masas de los empobrecidos, de los oprimidos y
marginados, de los afligidos y sufrientes de muchas otras partes del mundo, se oye
una palabra divina que convoca a la alegría, pues con el Mesías que viene, Dios
hará brotar la justicia ante todos los pueblos. La esperanza cristiana se concentra
en la persona de Jesús, por el que realmente se celebra la Navidad, y cuyo puesto
como esposo de la humanidad, doliente y afligida, nada ni nadie debe suplantar, y
de ello todos los creyentes, como Juan, somos testigos. Feliz domingo de la alegría.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura .