Feria Mayor (Adviento)
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
Día 21 de diciembre
a.- Ct. 2,8-14: Levántate, Amada mía, hermosa mía, ven.
El texto tomado del Cantar es un bello poema que canta el amor de la esposa por
su amado.
La esposa advierte, en casa, la llegada del esposo, intuye su presencia por sus
pasos, por su voz. Viene saltando por los senderos, como si fuera un cervatillo o
una gacela. Detrás de la imagen, vemos la emoción que suscita en la esposa la
llegada del amado, quien lo compara por sus movimientos con una grácil y ligera
gacela (vv.8-9). El esposo viene, no como ladrón que viene de improviso, sino que
viene a compartir con la amada las delicias del amor. Se detiene en la cerca, mira
por las ventanas, mientras la invita a levantarse (v.10). Hasta la naturaleza
participa o se hace cómplice de este bello amor; el invierno y las lluvias, dejan paso
a la primavera y a las flores de color, se oyen ya los cantos, el arrullo de la tórtola,
las yemas brotan verdes la higuera y la viña esparce sus perfumes (vv.11-13). Las
palomas en las grietas, evocan momentos de soledad e intimidad entre los
amantes, conversación y contemplación mutua; la dulce voz y figura bella de la
amada el amado desea. Es el espacio y el momento de la mutua entrega y posesión
(v.14). Este poema hay que leerlo en un nivel humano y otro sobrenatural. En el
primer sentido, se refiere al amor humano, amor de esposos; si Dios creó al
hombre y la mujer para que se profesaran mutuo amor, es lógico pensar que el
Cantar de los Cantares, presente este amor matrimonial, como obra que expresa, el
amor de Dios en la vida de sus criaturas, hechas a su imagen y semejanza. Otro
modo de leer esta obra es a nivel sobrenatural, ver en ella, una representación del
entraable amor de Yahvé por su pueblo Israel. En la expresin: “Mi amado es para
mí y yo soy para mi amado” (Ct. 2,16), vendría a equivaler a la fórmula de la
alianza: Yahvé es el Dios de Israel, e Israel, su amado pueblo (cfr. Ex. 19-24). Si
agregamos la lectura neotestamentaria: se trataría del amor de Jesucristo y la
Iglesia; en el plano personal el amor de Cristo por cada discípulo, que en la oración
y contemplación se profesan intercambio de encendidas palabras, afectos y deseos
que se cumplen en un ardiente amor que consume y une para siempre.
b.- Lc. 1, 39-45: Bendita tú entre las mujeres bendito el fruto de tu
vientre.
En la Visitación de María a su prima Isabel, encontramos un eco del “alégrate”,
María de la Anunciación, lo mismo sucede en la actitud de Isabel y del pequeño
Juan Bautista en el seno de su madre. Se gozan de la visita de la Madre de Dios,
que porta en su seno al Mesías Salvador. Estas dos madres y sus respectivos hijos,
están unidos por sus destinos: Isabel representa la antigua alianza, María, en
cambio, la nueva alianza, la humanidad redimida. En Ella, contemplamos la nueva
Arca de la alianza, contiene la presencia del Mesías, concebido por obra del Espíritu
Santo. “Y sucedi que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el
niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran
voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde
a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz
de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (vv. 42-45). María
Santísima, llena de la gracia divina, plena del Espíritu Santo, cree en la palabra que
le fueron anunciadas, por eso se convierte en Madre de Jesús (cfr. LG 56). Por la fe
que la mueve, María es dichosa, se convierte en la primera creyente y discípula de
Jesucristo, su Hijo, la primera cristiana en la Iglesia (cfr. MC 35). La maternidad
divina, es fruto de una fe obediente a Dios, una fe activa, no sólo un instrumento
pasivo en las manos de Dios Padre y del Espíritu Santo, María Santísima colaboró,
activamente a la salvación de los hombres. San Agustín enseña que María es más
dichosa, por haber concebido a Cristo, primero por la fe y luego en su seno; es más
dichosa por ser discípula de su Hijo, haciendo la voluntad de Dios, que por ser
Madre física de Jesús (cfr. Sermones 25 y 69; GS 53). Se puede decir, que María
que es bienaventurada por creer a la Palabra y guardarla, como canta Isabel:
“¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte
del Señor!» (Lc. 1, 42), y como lo hizo esa mujer del pueblo, que lanza una
alabanza a la madre del joven Maestro de Nazaret, mientras este predica: “Sucedió
que, estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer de entre la gente, y
dijo: « ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» Pero él dijo:
«Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.” (Lc.11, 27-28).
En María, se reúne en una perfecta sinfonía, la creyente y la que cumple la
voluntad de Dios, que hizo suya con un Sí incondicional, la Madre singular y la
discípula perfecta. Por María, Dios entra en la humanidad, para realizar la redención
del mundo, con el cambio, que encierra el Reino de Dios, que en el Magnificat, se
hace canto de esperanza. María, es la creyente en Dios, modelo de fe, para todo
cristiano y que nos enseña a llenar de fe, la propia existencia personal y eclesial.
Sor Isabel de la Trinidad, carmelita, comenta el evangelio de la Visitación así:
“Cuando leo en el Evangelio «que María corrió con toda diligencia a las montañas de
Judea» (Lc. 1, 39) para ir a cumplir su oficio de caridad con su prima Isabel, la veo
caminar tan bella, tan serena, tan majestuosa, tan recogida dentro con el Verbo de
Dios... Como la de El, su oración fue siempre: «Ecce, ¡heme aquí!» ¿Quién? «La
sierva del Señor» (Lc. 1, 38), la última de sus criaturas. Ella, ¡su madre! Ella fue
tan verdadera en su humildad porque siempre estuvo olvidada, ignorante, libre de
sí misma. Por eso podía cantar: «El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas;
desde ahora me llamarán feliz todas las generaciones» (Lc. 1, 48, 49).” (Últimos
Ejercicios 40).