Feria Mayor (Adviento)
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
Día 22 de diciembre
a.- 1 Sam. 1,19-20. 24-28: Ana da gracias por su hijo Samuel.
La primera lectura tiene como protagonista a la madre del profeta Samuel, Ana,
quien en una visita al santuario de Silo, hace un voto a Yahvé: “Estaba ella llena de
amargura y oró a Yahvé llorando sin consuelo, e hizo este voto: «¡Oh Yahvé
Sebaot! Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y acordarte de mí, no olvidarte
de tu sierva y darle un hijo varón, yo lo entregaré a Yahvé por todos los días de su
vida y la navaja no tocará su cabeza.» (1Sam.1, 10-11). Ana presentía que Yahvé
había escuchado su oración, desde ahora comió y bebió con su marido, es más, se
unión a su Elcana , y Dios se acordó de ella (v.19). La madre le impone el nombre
al hijo, que concibió y dio a luz, a un año de la visita al santuario. El nombre
Samuel vendría a significar “pedir a Yahvé” (v. 20). Toda la familia sube al templo
de Silo menos Ana y el niño hasta que ella lo destete, Elcana respetó la decisión de
su mujer (1Sam.1,21-23). Al cabo de dos o tres años junto a toda la familia sube
Ana con el niño Samuel al templo, como todos los años lo hacían las familias judías,
éste tendría ya alrededor de cuatro años. La familia junto con el niño ofreció un
toro de tres años, una buena cantidad de harina y un odre de vino (cfr. 2Mac.7, 27;
Gn. 15,9; Nm.15,8-10). El niño es presentado al sacerdote Elí, porque como había
sido regalado por Dios a Ana, ella siente que le pertenece, es su propietario, quiere
que le sirva en el santuario.
b.- Lc. 1,46-56: El Magnificat. El canto de la María
En el evangelio encontramos a María de Nazaret, que como Ana canta las
maravillas que Dios ha hecho en su vida. Mientras primera agradece la maternidad
y consagra a Samuel a Dios en el templo, que queda al servicio del sacerdote Elí
(cfr.1Sam.2,1-11), María, canta la grandeza de Dios y su predilección por los
pequeños y humildes. En el Adviento, María de la Esperanza, se convierte con su
canto, en el símbolo vivo de este tiempo. En su canto se reúnen la síntesis de la fe
del pueblo de la antigua alianza, la espera de los profetas, fiado de las promesas de
Dios hechas a su descendencia para siempre y la novedad del Reino de Dios ya
presente en medio del pueblo de Israel. Hay que leer el Magnificat, además, con los
ojos y el corazón renovado de la comunidad pascual, que pone en labios de María
su canto de redención mesiánica, que gracias al misterio, de muerte y resurrección
de Cristo, transforma la humanidad. Los olvidados y marginados, son ahora los
protagonistas de la historia, que Dios ahora escribe con ellos, que los prefiere a los
poderosos y soberbios de este mundo. Los diversos textos bíblicos, que subyacen
en el Magnificat, nos hablan de las aspiraciones seculares de Israel, pero también,
promesas que se cumplen hoy en una humanidad redimida por la resurrección de
Jesucristo, alegría y esperanza de los pobres de ayer y siempre. La llegada del
Reino de Dios ha desencadenado, por la palabra de Jesucristo, el evangelio, una
transformación en el interior del hombre. El Dios santo, justo y misericordioso del
Magnificat, pone en marcha un proceso histórico, que invierte el viejo orden de
injusticia y maldad, por el que pregonan las bienaventuranzas, código de santidad y
convivencia, de reconciliación y paz, fraternidad y solidaridad entre los hombres y
pueblos. Mucho ha sufrido la humanidad a manos de tiranos y soberbios ayer y hoy,
por lo tanto, gran parte de esa misma humanidad está por la paz, la solidaridad, la
justicia, la libertad, etc. El Reino de Dios, no tolera situaciones de injusticia y ofensa
a los valores humanos. María, Madre de Jesús, inserta al Dios y Hombre, verdadero
en una sociedad de pobres y humildes, los pobres de Yahvé, preferidos de Dios, y
destinatarios del Reino de Dios, predicado por Jesús. En su misterio pascual, Cristo
Jesús, da la vida nueva a la humanidad, y en su Madre encontramos a María de la
Esperanza alegre y cierta abierta a camino nuevos de eternidad en el Reino de Dios
y de todos los que creen en su Hijo, el único Salvador.
Sor Isabel meditando acerca de la respuesta de María a Dios Padre escribe: “Amar
es seguir las huellas de María,/ exaltando la grandeza del Señor,/ al tiempo que su
alma arrebatada/ entonaba su cántico al Señor./ Vuestro centro, oh Virgen fiel,/ era el
anonadamiento,/ pues Jesús, Esplendor eterno,/ se ocultó rebajándose./ Es siempre
por la humildad/ como el alma le engrandece./ San Pablo en su poquedad/ «me
glorío, gritaba, en el Señor,/ pues así la fuerza del Redentor/ triunfa en mi corazón».
(Poesía 94).