Cuarto Domingo de Adviento B
“El Señor está contigo”
Lo que el ángel le dice a María: “El Seor está contigo”, parece una obsesin de
Dios de estar cerca del hombre. Esa cercanía y presencia Dios se la promete a
Moisés: “Yo estaré contigo” (Ex 3,12), y a otros personajes del Antiguo
Testamento. Jesús se lo promete, también, a los apstoles: “Yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Dios nos acompaa siempre, nos
defiende y quiere constantemente nuestro bien. La presencia de Dios para quien a
El se abre es promesa de vida nueva, de salvación y restauración del hombre
deteriorado, que ve de pronto cómo la esperanza surge en su corazón. Dentro de
cada uno, en lo más hondo de nuestro ser está Dios nuestro Salvador.
La sorpresa del hombre que recibe de Dios la promesa de hacer de él “un hombre
nuevo”, es gemela de la sorpresa de María:
¿Cómo es posible que llegue a ser un hombre nuevo, si conozco mis pecados, mis
limitaciones? Y la respuesta es: Dios toma la iniciativa con la fuerza de su Espíritu.
Pues, si es así, que la Palabra de Dios se cumpla en mi.
El conocido episodio, entrañable y sobrecogedor de la Anunciación no es una
historia del pasado. El misterio escondido desde siglos en Dios, su proyecto de
salvación universal, se hace presente en María, y sigue siendo actual. Dios es libre
y es imprevisible. Y, sobre todo, es gratis. La salvación corre de su cuenta.
María, escogida por Dios que no busca lo grande, lo brillante, lo influyente. María
una sencilla joven de Nazaret. Dios no quiere nuestras cosas, sino nuestro vacío; no
quiere nuestras virtudes, sino nuestra pobreza; no quiere nuestros méritos, sino
nuestra fe. Ella lo reconocerá más tarde: “Porque mir la pequeez de su esclava”
(Lc 1, 47). Abierta y dócil a la acción del Espíritu, en medio de una seria
incomprensin, se fía de Dios y se entrega sin condiciones: “Aquí está la esclava del
Seor, hágase en mí según tu palabra”. Decir sí a Dios es no mirarse más a sí,
estar siempre a la escucha, no dudar ni regatear nada, esperar contra toda
esperanza, estar dispuesto a todo.
El “hágase” de María es un “sí” para el hombre nuevo, para la humanidad nueva
reconciliada con Dios por Cristo. El sí de María, que la asocia a la obra liberadora de
Cristo, nos desvela el rostro de un Dios que valora al hombre y lo invita a una
relación de amistad, comunión y colaboración. María nos enseña también que la
aceptación del hombre por Dios no vuelve indiferente nuestro compromiso en el
mundo. Hoy sobran palabras y faltan hechos concretos de liberación de los más
humildes y explotados:”Derriba del trono a los poderosos y levanta a los humildes”
(Lc 1, 52). El sí de María nos desvela el rostro de un Dios que valora al hombre y lo
invita a una relación de amistad, comunión y colaboración.
La Anunciación de María en el Adviento y cercana ya la Navidad, nos habla de una
salvación que Dios nos brinda pero que quiere la colaboración del hombre.
Formemos nuestras actitudes en acciones solidarias de promoción del ser humano y
defensa de la dignidad de toda persona. Dios quiere restablecer el orden trastocado
por el egoísmo y la opresión. La conversión a que se nos invita en este tiempo de
Adviento no debe olvidar esta dimensión base de “un cielo nuevo y una tierra
nueva”.
La Eucaristía hace ya presente al Dios encarnado al reunirnos en su nombre. Espera
que su Palabra sea acogida como María, para que el mismo Espíritu que la fecundó
convierta el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y así el Verbo de Dios
se hace de nuevo carne, y habita entre nosotros. Nos sentamos a la misma mesa,
comiendo el mismo y será siempre Navidad.
Joaquín Obando Carvajal