¿Quién eres, Iglesia?
DOMINGO 3º DE ADVIENTO B
11 de Diciembre de 2.011
EVANGELIO
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venia como testigo,
para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz,
sino testigo de la luz.
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén
sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:¿Tú quién eres? El confesó sin
reservas: Yo no soy el Mesías. Le preguntaron: Entonces, qué? Eres tú Elías? El
dijo: No lo soy. ¿Eres tú el Profeta? Respondió: No. Y le dijeron: ¿Quién eres? Para
que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti
mismo?
Contestó: Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor",
como dijo el profeta Isaías.
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: Entonces, ¿por qué bautizas, si
tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta? Juan les respondió: Yo bautizo con
agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y
al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia. Esto pasaba en Betania, en
la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando. Juan 1, 6-8
- Dinos, Iglesia, quién eres, revélanos tu identidad. Dinos también quién no eres.
Dinos de quien pretendes ser testigo, a quién intentas testimoniar. Dinos si eres
voz y altavoz de ti misma; o si presagias y sugieres, mediatizas y concretas una
Palabra mayor que tú, entrañablemente entrañada en tu más íntima intimidad.
Dinos, Iglesia, qué dices del cometido y sentido de tu propia existencia.
Despéjanos, Iglesia, estos interrogantes, para llevar una palabra interpelante o una
comezón de pregunta a una sociedad incrédula o descreída, que en parte no
pequeña ha perdido hasta las ganas de preguntar...
Y preferiríamos que nos respondieras con testimonio vital y comprometido más que
con documentos y palabras. Los hombres de hoy, tú misma lo has dicho, más que
maestros, buscan testigos; y si aceptan maestros es porque sean testigos. Es la
mejor manera, dicen, de hacerte creíble y de acreditar a Aquel de quien te
proclamas voz precursora y señal indicadora.
- Por supuesto que mi riqueza principal, mi valor supremo, mi referente esencial y
necesario no son ni mis dogmas ni mis ritos ni mis normas. Cosas éstas que, siendo
mediaciones necesarias, resultan siempre insuficientes para decir, celebrar y activar
a ese Alguien mayúsculo que, estando en medio de mí y de todos los hombres, es
anterior a todos nosotros. Ese Alguien, a quien no merezco desatar la correa de sus
sandalias, y que apenas si es reconocido y conocido por tantos y tantos bautizados
que profesan mi credo y mantienen más o menos fuertes los lazos de su
pertenencia a mí.
Sin duda que, si bautizo o celebro la Cena del Señor, es porque sin mérito mío y
con la fuerza divina he sido constituida en voz colectiva de Cristo, en signo
comunitario del Señor muerto y resucitado. Y porque esto me lo sé bastante bien,
sin orgullo y también sin timidez digo de mí misma que soy sacramento de Cristo,
lo máximo que puedo decir y lo mínimo que debo decir de mi agraciada identidad.
Bien consciente que soy de que a Cristo lo velo y revelo simultáneamente. Ya me
gustaría ser limpia y total transparencia de Él, mi gran tesoro escondido. Y cuánto
por cierto gozaría, si ya hubiera llegado a mi momento último de cristificación total.
Precisamente también me define una espera activa y paciente de ese estado
definitivo, en el que seré desposada del todo y quedaré plenamente capacitada
para desatarle a mi Esposo Jesús la correa de sus sandalias... Mientras tanto, para
hacerlo y hacerme más creíble, no cejaré en el esfuerzo de ser, más que maestra,
su discípula y testigo, procurando por mi fidelidad a Él no prostituirme ni con el
poder, ni con el tener ni con el placer.
Juan Sánchez Trujillo