LA ALEGRÍA DEL ADVIENTO
(Domingo 3º de Adviento. Ciclo B)
15 diciembre 2002
“Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan; este venía como testigo,
para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz,
sino testigo de la luz...
Juan respondió:... En medio de vosotros hay uno que no conocéis; el que viene
detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la corea de
la sandalia” (Jn 1,6ss).
Después de lanzar nuestra mirada hacia el futuro los dos primeros domingos de
Adviento, en este tercero, la Liturgia centra nuestra atención en la figura de Jesús,
el que viene, el Mesías, el Salvador. Es un preparar la celebración de la Navidad, de
la primera venida de Jesús, de la Encarnación. En ella, el Padre, a través del Hijo,
se acerca a nosotros para que empiecen las bodas mesiánicas; es decir, una etapa
de relación íntima entre Dios y el hombre, que aporta a este la salvación. Como
dice el Papa, en la Tertio Millennio Adveniente, con esta búsqueda en su Hijo, Dios
quiere llevar al hombre a abandonar los caminos del mal, en los que tiende a
adentrarse cada vez más.
La Encarnación es, pues, el comienzo históricamente definitivo de la salvación que
Dios regala al hombre.
Por esta razón, la actitud que hoy estimula en nosotros la Liturgia es la alegría. Es
lógico. Se trata de la alegría del encuentro. Esta debe ser una de nuestras actitudes
fundamentales en este tiempo de Adviento. En él, esperamos y preparamos la
venida en carne del Hijo de Dios. Por eso, nuestra alegría, como nos dice el Papa,
también en la Tertio Millennio Adveniente, debe manifestarse exteriormente, de
modo visible y audible y tangible. La Iglesia entera –dice- goza y se alegra por la
salvación.
Es lo mismo que encontramos en el Prefacio II de Adviento: “A quien todos los
profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo
proclamó ya próximo y señaló entre los hombres. El mismo Señor nos concede
ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento, para encontrarnos así,
cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza”.
Dejémonos alcanzar por la salvación de Dios. Acerquémonos para ello a Jesús que
viene. Cambiemos nuestras vidas a la luz de su Evangelio. Y de ahí brotará en
nosotros una alegría profunda e incontenible, que comunicaremos a los demás.
Miguel Esparza Fernández